Tammy Matsuoka En un colegio de enseñanza elemental, durante una semana de clases sobre moralejas, se pidió a los alumnos de primer grado que formularan la que a su juicio sería la mejor conclusión de la conocida fábula de la Cigarra y la Hormiga. En la conocida fábula de Esopo, la Cigarra deja pasar inútilmente los meses del verano tocando el violín mientras la Hormiga almacena con laboriosidad alimento para el invierno. Cuando por fin llegó el frío, la laboriosa Hormiga y sus compañeras estaban a salvo y con todo lo que necesitaban, mientras la Cigarra tuvo que buscarse la vida y acabó por morirse de hambre. Se pidió a los niños que dibujaran y reescribieran a su manera el final del cuento, con la diferencia de que la Cigarra debía pedir ayuda a la Hormiga. Aproximadamente la mitad adoptó la opinión general de que como la Cigarra no se lo merecía, la Hormiga no le quiso ayudar. La otra mitad cambió el final de modo que la Hormiga dijera al otro insecto que tenía que aprender esa lección, y luego le dio la mitad de lo que tenía. Seguidamente, un niño se puso de pie y dio esta versión: cuando la Cigarra rogó a la hormiga que le diera alimento, esta le dio sin vacilar todo lo que tenía. No la mitad ni la mayor parte, sino todo. Sin embargo, el niño no terminó ahí el relato, y alegremente continuó: «Como la Hormiga no tenía comida, se murió. Pero entonces la Cigarra se quedó tan triste que le dijo a todo el mundo lo que había hecho la Hormiga para salvarle la vida. Y así fue una cigarra buena.» Cuando me contaron esta anécdota, pensé dos cosas: en primer lugar me recordó lo que significó para Jesús entregarse. No se quedó corto a la hora de salvarnos ni dijo que no nos lo merecíamos; se entregó de lleno para que aprendiéramos a ser buenos. Gracias a que sacrificó del todo Su vida obtuvimos el regalo de la vida eterna. Como cuando la Hormiga murió por la Cigarra en la nueva versión de la clásica fábula según aquel niño de seis años. Y para nosotros tampoco debería ser ese el final. Por gratitud, deberíamos imitar el ejemplo del Señor y entregarnos de lleno hablando de las muchas maravillas que ha hecho por nosotros. En segundo lugar, aprendí lo que significa entregarse del todo. No se da de verdad hasta que duele. Eso sí, cuando se da de verdad se multiplica muchas veces. Gentileza de la revista Conéctate. Foto de Wikimedia Commons.
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Los bebés son las máquinas perfectas para aprender. Todas las experiencias son nuevas para ellos y pueden mantenerse entretenidos con las cosas más simples por mucho tiempo. Aquí tienes algunas formas para poder estimular el cerebro de tu bebé de buena manera.
Consejosy Advertencias
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Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él. -Proverbios 22:6 Un día no muy distante tus hijos ya serán mayores y se marcharán. Entonces agradecerás haberles dado lo que necesitaban de pequeños. No habrá sido fácil. Te habrá costado muchos sacrificios, pero vale la pena. Joy, misionera y madre de una familia numerosa, lo expresa de la siguiente manera: Actualmente veo la maternidad desde otra perspectiva. Ya pasé la etapa inicial de cambiar pañales y dar de mamar a media noche, de sentar a los niños en la bacinilla y curar innumerables raspones en las rodillas. Ahora soy abuela además de madre. Mis hijos menores todavía viven conmigo, pero los mayores ya se han casado y han empezado a darme nietos. A los matrimonios jóvenes que inician la ascensión de lo que parece una montaña insuperable, quisiera decirles simplemente que vale la pena. Cuando observo a mis hijos que ya son adultos me invade una sensación muy grata, al constatar cómo ha obrado el Señor en su vida. Siento paz y renovado entusiasmo para cuidar de los pequeños que todavía están conmigo… Por eso, la próxima vez que te encuentres a media noche velando a un niño enfermo, sonriendo pese a las ganas de llorar, cantando para no perder la paciencia, limpiando naricitas mientras sueñas con el día en que harás grandes obras para Dios, no olvides que ya las estás haciendo. No lamentaremos una sola oración, una sola canción, una sola palabra de amor. Cada gesto de amor tiene un efecto perdurable en ellos. Al cabo de años de haberlo hecho todo por fe, gozaremos de la bendición de verlos convertidos en hombres y mujeres hechos y derechos. - Derek y Michelle Brookes[1] Si bien es cierto que el amor es un ingrediente esencial en la vida humana, el deber de los padres va mucho más allá. El amor sin instrucción no va a producir niños disciplinados, con dominio de sí mismos y respeto por sus semejantes. El afecto y la calidez son el fundamento de la salud mental y física, pero no sustituto de la buena formación y orientación. La mayor debacle social de este siglo es la creencia de que el amor, prodigado en abundancia, torna innecesaria la disciplina. Los niños respetuosos y conscientes de sus obligaciones provienen de hogares donde hay una buena combinación de amor y disciplina. El amor y la disciplina no se contraponen; la segunda es una función del primero. Los padres deben estar convencidos de que el castigo no es algo que se inflige al niño, sino que lo corregimos para ayudarlo. La actitud del progenitor ante el chico desobediente debe ser: «Te quiero demasiado para permitir que te comportes de esa manera». James Dobson[2] En el Salmo 127, el rey Salomón describe a los hijos como saetas en manos del valiente… Vaya —reflexioné—, debo considerar a mis hijos… ¡como saetas! Se supone que tengan dirección y un propósito, y lleven consigo el potencial de marcar una diferencia y causar un impacto. En cierto modo, yo llevaba a los míos en mi aljaba, esperando que un día crecieran y hallaran su propia aljaba… muy pronto se volvió patente que los objetivos que debía inculcarles eran para cultivar su personalidad, no para empujarles a cierta carrera en particular. No deseo encasillar a mis hijos menores en pequeños moldes que he creado. Hay demasiados padres que crean moldes y tratan de forzar a sus hijos a encajar en ellos. Pero eso solo hiere sus corazoncitos al igual que un par de zapatos inadecuados les harían daño en los pies. Los niños que han sido reprimidos terminan con ampollas emocionales que les dificultan el caminar e incluso el pararse por sí mismos. Decidí atesorar principios, fibra moral e integridad más que calificaciones o notas, triunfos deportivos y pulcros dormitorios. Para no establecer metas demasiado restrictivas, me hice la siguiente pregunta: ¿Mi hijo puede llegar a ser un juez o en humorista; un famoso cirujano o un basurero responsable; un analista de inversiones o un experto jardinero, y aún así alcanzar las metas que le he propuesto? Si mi respuesta es afirmativa, mis objetivos probablemente sean ecuánimes y mi molde más amplio. Decidí cumplir mi meta elaborando una lista de tres a cinco cualidades que deseaba que caracterizaran la vida de cada uno de mis hijos cuando abandonaran el nido. ¡Sabía que no podría manejar más que eso! Incluí en la lista diversos rasgos como honestidad, generosidad, compromiso con su familia, satisfacción y ser independientes. Esto puede variar acorde con la personalidad de cada niño y cambiar con el tiempo, dependiendo en ocasiones de mi madurez como madre… Completar este ejercicio me brindó una guía y un propósito definitivo en mi labor de maternidad. He hallado diversas metas que perseguir. Si notaba en la vida de uno de mis hijos algún rasgo negativo que había decidió no tolerar, sabía que era tiempo de intervenir. - Gwendolyn Mitchell Diaz[3] Si consideras a tus hijos nimios e insignificantes, hablarás con ellos de cosas nimias e insignificantes. Tu comunicación con ellos será trivial y superficial. Y esa dimensión comunicativa se reflejará en su madurez. Dejarás detrás tuyo una generación de enanos atrofiados. Por otro lado, si ves a tus hijos como futuros padres, futuros dirigentes, futuros hombres y mujeres de Dios, y te aseguras de que a diario avanzan en dirección hacia ese papel tan importante, harás todo lo posible por moldear sus vidas hacia el ambicioso objetivo de convertirse en padres, dirigentes, y hombres y mujeres de Dios. - V. Gilbert Beers[4] Amarás, pues, al Señor tu Dios, y guardarás Sus ordenanzas, Sus estatutos, Sus decretos y Sus mandamientos, todos los días… Y las enseñaréis a vuestros hijos, hablando de ellas cuando te sientes en tu casa, cuando andes por el camino, cuando te acuestes, y cuando te levantes. Deuteronomio 11:1, 19 Recompilación gentileza de www.anchor.tfionline.com. Foto de Wikimedia Commons.
[1] ¿De dónde sacar fuerzas? (Aurora Production AG, 2004). [2] Atrévete a disciplinar (Tyndale House Publishers, 1975). [3] Mighty Mom’s Secrets for Raising Super Kids (RiverOak Publishing, 2001). [4] Parents: Talk with Your Children (Harvest House Publishers, 1988). ![]() Anna Theresa Koltes Era un día primaveral, perfecto. Una brisa suave, cálida y sugestiva anunciaba el comienzo de la estación. Todo el mundo a mi alrededor estaba de buen humor. Pero a menudo sucede que en días así, cuando menos nos lo imaginamos, Dios nos sorprende con pequeñas enseñanzas. Aquella mañana recibí una carta inesperada de un amigo. Contenía un terrible manchón de malas noticias, suficiente para hundir mi nave de felicidad y unas cuantas más. Quedé deshecha. De repente, la alegría de los demás me resultó molesta. Solo deseaba que todos se fueran y se llevaran consigo su buen humor. Todo tipo de pensamientos inquietantes se agolpaban en mi cabeza cuando recibí una llamada de mi vecina. —Me cambiaron la cita con el médico para esta tarde, pero tengo un inconveniente: no habrá nadie en casa para cuidar de Valerie. ¿Crees que podrías pasar un rato con ella hasta que yo vuelva? Con un último petardeo, mi nave se fue a pique. ¿Hacer de niñera? ¿Yo? Lo último que deseaba era contaminar la infantil inocencia de una niña con mi miserable estado de ánimo. Traté de escabullirme, pero finalmente acepté. «Pobre niña», pensé. Al rato estaba en su apartamento, estresada y de mal humor. Valerie entró corriendo —¡Tengo nuevos lápices de colores! —exclamó. Viendo que ella sonreía, esbocé una sonrisa forzada. —¿Quieres decir… que vamos a colorear? La nena asintió con la cabeza antes de desaparecer, y en un abrir y cerrar de ojos regresó con un maletín rojo lleno de útiles de dibujo. La verdad es que yo no tenía muchas ganas de colorear, pero hice de tripas corazón y ayudé a Valerie a volcar todo sobre la mesa. Pusimos un CD de Chaikovski y comenzamos a colorear una imagen de una mujer salvaje de larga cabellera multicolor. Sorprendentemente, el tiempo pasó volando, y me dejé transportar a una utopía de música clásica y creación artística. Bueno, no sé si se podría llamar artística; digamos que fue una terapia. Al cabo de tres horas habíamos creado varias obras abstractas y escuchado un montón de El lago de los cisnes, y yo había encontrado la paz. Ya con la mente despejada me di cuenta de que, aun cuando nos sobrevienen grandes decepciones o contrariedades, siempre hay una solución. La mía fue simple. Inesperada. Revitalizante. Y muy recomendable. Foto y texto gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
Procura mirarlos a los ojos. Transmíteles amor con los ojos. No les eches miradas acusadoras u ofendidas, como si quisieras demostrar su culpabilidad o su error. Más bien bríndales cariño, comprensión y aliento con la mirada. Hazles entender con tu tono de voz que los quieres mucho y los comprendes. Lo importante no es cuánto te comuniques con ellos; sólo que te comuniques. Procura entablar contacto con ellos cada día, con una mirada, una palmada o una palabra de ánimo que te sirva de punto de partida. ¡Eso dará lugar a más! Proporciónales la ayuda y el apoyo que necesiten. A esa edad, se sienten muy inseguros, como zarandeados en un mar embravecido. ¡Sé el faro que buscan! Pueden contar contigo Al orientarlos y corregirlos, habrá veces en que tendrás que fijarles límites y ponerte firme con ellos; pero a medida que se hagan mayores, tu influencia en ellos será menos directa. Pasarás de ser padre a ser amigo; pero no uno de esos amigos con los que todo vale, sino uno que sea franco con ellos porque los ama; un amigo con el que puedan contar, que más que juzgarlos, los ayude; un amigo en el que encuentren apoyo, no una persona a la que eviten o a quien le oculten lo que hacen. Que sepan que pueden contar contigo. Si tienes cuidado con todos esos detalles que, a su modo de ver, cuadran con la clase de persona que ellos consideran que debes ser, fomentarás su confianza en ti. En caso de que cometas el error de perder los estribos, de irte a un extremo, de asustarlos o hacer que se encierren en su mundo, tendrás que pedirles perdón. Explícales que quieres cambiar. Si eres humilde y reconoces que tú también tienes tus debilidades y necesitas ayuda en muchos sentidos, ellos se sentirán animados, aunque no lo exterioricen, pues verán que eres sincero y que les confías una parte sensible de tu vida. Está claro que necesitan y quieren que los ayudes; pero tiene que ser según ciertas condiciones, a saber, cuando ellos lo pidan y de la forma que quieran. Naturalmente, si se han metido en un lío o andan muy mal encaminados, y te das cuenta de ello, tienes que intervenir. Dirígete a ellos y explícales la situación tal cual la ves. Otras formas de comunicarse Si no responden a tus esfuerzos para establecer comunicación, puede deberse a que no se atreven a hablarte a la cara, quizá porque no eres muy capaz de controlar tu ira o tus emociones y por ende temen tu reacción. En tal caso, anímalos a escribirte una nota, o a grabar en un dictáfono lo que te quieran decir y entregarte luego el casete para que lo escuches. De esa forma, podrán explayarse sin verse afectados por tu reacción inicial. Tú tendrás tiempo para reflexionar, ellos también y, una vez que los ánimos estén más calmados puedes conversar con ellos o bien contestarles por escrito si prefieres. Orienta sin entrometerte Los jóvenes se sienten inseguros con respecto a muchas cosas, y por eso a veces protegen celosamente el cercado de su vida para evitar intromisiones. No saben a ciencia cierta cuáles son las malas hierbas y cuáles las plantas buenas; pero sí están seguros de que no quieren que irrumpas en su vida y te pongas a arrancar lo que para ti son malezas. Quieren tomar esas decisiones por sí mismos. Aunque les guste que los guíes, por lo general no les agrada que te inmiscuyas constantemente en sus asuntos. Amor a pesar del silencio No dejes que el silencio te disuada. Sigue poniendo todo tu empeño en hablar y comunicarte con ellos. Dales muestras de afecto, como un abrazo, un beso o una palmada. Que sepan que pueden contar contigo, que te preocupas por ellos, que no hay nada que temer, que los escuchas, que estás atento a ellos. Todo eso contribuirá a que se sientan más seguros, aunque no lo admitan abiertamente ni lo demuestren con su reacción. A veces no quieren manifestar mucha debilidad delante de ti por miedo a que te pongas muy paternal y los trates como si fueran niños. Aprecia los momentos que pases con ellos Ten presente que tus hijos están haciéndose mayores y que es posible que no tarden en independizarse, por lo que los momentos que pases con ellos tienen mucho valor y deberían ser experiencias positivas y memorables que les dejen a todos un grato recuerdo. No te acalores por insignificancias. No vale la pena. Aunque te parezca importante discutir por algo, ¡no lo hagas! Primero que nada, manifiesta amor, aun en medio del conflicto. El amor nunca falla. Quizá tú estás muy enojado, pero lo más probable es que ellos también estén preocupados y confundidos. Las discusiones son infructuosas. Las expectativas se frustran. Las órdenes no dan resultado. En cambio, el amor es infalible. Intenta sobreponerte al enojo. Evita ser poco flexible. Que tus hijos no esperen de ti una mala reacción, sino al contrario, que sepan que vas a manifestarles amor. Si tienen la seguridad de que los amas, partiendo de esa base se puede solucionar lo que ande mal. Mantente abierto al diálogo y dales oportunidades de hablar contigo. ¡Hazte a un lado! ¡Déjalos respirar! Sorprende a tus hijos efectuando cambios en tu vida, en tu actitud y en tu visión de las cosas. Sorpréndelos con muchas novedades interesantes. Los jóvenes quieren sentirse orgullosos de sus padres. Les gusta que sean buena onda; pero más que nada lo que quieren es que sean personas cálidas que los apoyen y comprendan, que oren por ellos, que estén bien cerquita, a su lado, no como una manta sofocante, sino como un paraguas protector. Si eres de esos padres a los que les gusta llevar las riendas, que le arrebatan el lápiz al hijo para mostrarle cómo se hace la operación, tendrás que aprender a superar ese impulso de organizar su vida. ¡Hazte a un lado! Déjalos respirar. Ya saben lo que piensas. A estas alturas ya se lo has dicho suficientes veces. Levantar la voz, gritar, obligarlos, ponerte brusco, criticón o negativo, o dar a entender con lo que dices que esperas lo peor, es lo más desaconsejable que puedes hacer y lo que dará peores resultados. Lo más probable será que dejen de escucharte. Su vida es sagrada. No te pertenece; es de ellos. Llega un momento en que tienes que hacerte a un lado y pasarles el timón. Déjales los mandos. Que gobiernen el vehículo de su vida. Eso sí, quédate a su lado para ayudarlos y animarlos mientras aprenden. No te apresures a arrebatarles los mandos. Ya es tarde para eso. Están haciéndose mayores y van a aventurarse por su cuenta, con o sin tu beneplácito. Es difícil dejar de ser el jefe, pero tienes que hacerlo. Claro que tampoco te vayas al otro extremo y te vuelvas tan pasivo e indiferente que piensen que no te importa lo que hagan. Asume la función de amigo, de hincha, de animador, de fan, de admirador que tiene fe en ellos y los ama incondicionalmente aun cuando defrauden sus propias expectativas, o las tuyas. Espera lo mejor Lamentablemente, los jóvenes suelen cumplir las expectativas pesimistas de sus padres. Es preferible que tengas una actitud optimista y disimules tu decepción. Si esperas lo mejor de ellos, los impulsas a obrar bien; y cuando se porten mal les remorderá la conciencia, porque no quieren decepcionarte ni hacerte perder la confianza en ellos. En cambio, si perciben tu suspicacia, si se percatan de tus suposiciones y acusaciones, es posible que obren conforme a ellas. (En otras palabras, es fácil que uno obre mal cuando eso es lo que se espera de él; en cambio, a uno le cuesta menos obrar bien si los demás creen en él y dan por sentado que se portará bien.) Considera los errores como peldaños hacia el éxito Todo el mundo mete la pata. Los padres no pueden esperar que, siendo ellos pecadores, sus retoños sean unos santos. Que tus hijos vean que tú también eres humano y aprendes a fuerza de errores. Los jóvenes se desaniman porque cometen muchas equivocaciones; no se lo eches en cara. Procura hacerles ver lo beneficioso de aprender cosas tan importantes en la juventud. Fíjate en el provecho que se puede sacar de cada situación, y hazles ver que no hay mal que por bien no venga. Si le buscas a todo su lado bueno, incluso a tus hijos, ellos verán mucho de bueno en ti. Deja que lleven el timón mientras tú los animas Trata de ayudar y animar a tus hijos en sus puntos fuertes, pero no les pongas mucha presión. Quizá te gustaría que adquieran preparación o formación en cierto campo, que estudiaran algo que tú no pudiste estudiar. No obstante, llega un punto en que tienes que dejar de lado tus ideas personales y fijarte en lo que ellos quieren y son capaces de hacer. Insistiendo puedes darles la impresión de que haces caso omiso de sus preferencias y derechos. Aunque lo que tengas pensado para ellos sea lo mejor, aquello para lo que están más dotados, a ellos les gusta decidir por sí mismos qué talentos cultivar, ya que eso les brinda satisfacción y forma parte de su desarrollo. Es difícil hacerles cambiar sin cambiar tú mismo. Quizá te parezca que no hay forma de atravesar sus barreras. Por ser hijos tuyos, conocen muy bien cómo ejerces tu rol de progenitor, y han adoptado una actitud defensiva. Pero si te diriges a ellos como un amigo, no se mostrarán tan cerrados. Si los abordas como alguien que los ama y se interesa por ellos, que los valora como personas, eso es precisamente lo que quieren. Aprecian mucho que se les manifieste respeto, reconocimiento, apoyo y comprensión, que son los componentes básicos para que se sientan seguros mientras se hacen adultos. Extraído de "Urgente Tengo un adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Productions. Foto gentileza de la revista Conéctate.
Es un hecho esencial que crías bien a un hijo requiere tiempo y atención. Mientras tener hijos puede ser “hacer lo que te salga natural” ser un buen padre es mucho más complicado. Aquí hay 10 consejos para criar a un hijo con buen carácter.
Gentileza de http://es.wikihow.com/criar-a-un-ni%C3%B1o. Foto de lorenkerns via Flickr.
![]() P.: Creo que algo anda mal, pero mi hijo no me quiere decir lo que es. Me gustaría creer que no me oculta nada. ¿Qué puedo hacer para que se anime a sincerarse conmigo y me cuente lo que le ocurre? ¿Cómo lo convenzo de que, pase lo que pase, siempre lo querré, y de que puede hablarme con franqueza? Ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse Es muy penoso sentirse cada vez más rechazado y terminar totalmente excluido de la vida interior de un hijo o de un amigo con el cual se ha disfrutado de una estrecha relación y buena comunicación. Muchos padres pasan por esa experiencia cuando sus hijos se hacen mayores y se van transformando. Se produce un distanciamiento gradual y una separación. Pero esa separación no tiene por qué ser dolorosa. Padres e hijos pueden ir aprendiendo y madurando juntos en vez de distanciarse. Para eso hace falta mucha comunicación y comprensión, y que unos y otros estén dispuestos a hacer concesiones. Los padres deben actualizar continuamente su manera de pensar, evaluar cada cierto tiempo su función y reconocer en sus hijos las personas en que se están convirtiendo. Los chicos están cambiando, desarrollándose y creciendo ante sus propios ojos. No es fácil seguir su ritmo de crecimiento y cambio. No se trata únicamente de cambios físicos y hormonales, sino también de muchas grandes transformaciones que tienen lugar en el plano emocional, mental, social y espiritual. Para mantenerse al tanto de la evolución de un joven, los padres deben reevaluar constantemente su papel, hacer un esfuerzo por comprenderlo, buscar nuevas formas de relacionarse con él e ir modificando sus expectativas. Si no quieren quedarse atrás, tienen que adaptarse y cambiar junto con él. Modifica tu rol a medida que se hacen mayores Tu relación con tus hijos adolescentes no puede seguir siendo la misma que tenías con ellos cuando eran niños; tiene que pasar a ser una relación de padre a amigo, o de amigo a amigo. Si deseas que tus hijos te escuchen y quieres poder comunicarte con ellos, debes abandonar un poco tu papel de padre. Ellos tienen que percibir que los entiendes como personas. Les parece que su individualidad e independencia sólo pueden florecer dejando atrás la relación padre-hijo que tenían contigo. Creen que deben salirse de ese molde para poder desarrollarse y tener un pensamiento autónomo. Los padres que desean mantener invariable su relación con sus hijos y quieren que estos sigan sujetos a ellos y a su forma de hacer las cosas encuentran cada vez más dificultades para comunicarse con sus niños. No tienen en cuenta que éstos están cambiando y haciéndose mayores. Actualiza tus tácticas y programas La clave para salvaguardar la comunicación es estar al tanto de lo que sucede en su vida. Mantente al corriente de lo que hacen. Asómate a su mundo para ver cómo les va y en qué andan. Realiza con ellos actividades que les gusten. Sé considerado. Evalúa tu relación con ellos regularmente, y procura estrecharla. Fíjate bien en lo que haces con ellos y en cuánto tiempo les dedicas. ¿Cómo los tratas? ¿Cómo les hablas? La relación de los padres con sus hijos es comparable a un programa computacional que hay que actualizar con frecuencia para satisfacer necesidades cambiantes y ajustarse a la demanda. Los jóvenes crean situaciones límite que ponen a prueba nuestra última versión del programa. Por eso, si deseas tener una excelente comunicación con tus hijos debes dedicar tiempo a enterarte de sus necesidades. No puedes seguir tal como estás, sin avanzar. Tienes que actualizarte. Eso da bastante trabajo y representa una inversión de tu parte. Sintoniza con ellos, ponte al corriente de cómo están y de lo que ocurre en su vida. Si no tienes ni idea, tómate tiempo para averiguarlo. Fomenta el entendimiento A veces la falta de comunicación de los jóvenes se debe a que algo anda mal o a que te quieren ocultar algún hecho. Es frecuente que los adolescentes no se comuniquen con sus padres porque ya no tienen mucho en común con ellos. Si les parece que no hay muchos puntos de coincidencia, se imaginan que no los vas a comprender. Hay muchas maneras de fomentar el entendimiento. Interésate, por ejemplo, en el grupo etario de tus hijos. Pidiéndoles que te ayuden a comprender a los chicos de su edad sentarás las bases para una comunicación más profunda y personal. Hazles preguntas sinceras y deja que te expliquen, por ejemplo, por qué las cosas son como son, o por qué la gente de su edad piensa, actúa o se viste de cierta forma. Si tus hijos ven que tus preguntas están motivadas por un auténtico deseo de entenderlos, se sentirán honrados de que los respetes como individuos y consideres que te pueden ayudar a comprender ciertas cosas. Muchas veces, al explicarte algo, ellos mismos llegarán a entenderlo mejor. En los momentos en que trates de entablar comunicación con ellos, evita hacer declaraciones tajantes. Si te parece que debes dar una opinión, hazlo sin apasionamiento, indicando claramente que el debate sigue abierto. En tales situaciones, evita emitir juicios e imponer reglas. Concéntrate en comprender a tus hijos y establecer comunicación. Valóralos como personas Cuando tus hijos ven que tratas de acercarte a ellos, que te esfuerzas por entenderlos y que hasta les pides ayuda, se sienten maduros y se dan cuenta de que son importantes para ti. Se sienten a gusto al ver que los valoras como personas, que respetas su visión de las cosas y sus opiniones y que consideras que se les puede pedir ayuda y consejo. Entienden, entonces, que no solo los ves como tus hijos, sino más que eso: como amigos. Es de suma importancia manifestar respeto a los jóvenes para sentar las bases de una buena comunicación. Si tus hijos ven que los respetas, se animarán a confiarte sus asuntos personales y las situaciones más peliagudas que se les presenten. Gánate su confianza respetando sus confidencias Para saber cómo reaccionarás con ellos, los jóvenes se guían por tus reacciones ante otras personas en situaciones parecidas o con un problema semejante. Así es como deducen si es seguro plantearte determinada cuestión. Así saben ellos lo que pueden hacer, o en todo caso lo que no te pueden decir que hacen. Cuando un joven se siente a gusto consigo mismo es menos probable que se sienta atraído por corrientes negativas. A los jóvenes les gusta tener la seguridad de que mantendrás en la mayor reserva lo que te cuentan, que no lo comentarás por ahí, y menos a personas que ellos no quieren que lo sepan o en quienes no confían tanto. Si te confiesan algo íntimo, esperan que guardes el secreto. Es muy importante respetar la confianza que depositan en ti y no cometer el desliz de revelar lo que te cuenten en secreto a personas que no necesitan saberlo ni tienen nada que ver con ello. Aunque a ti no te parezca muy grave, para ellos sí lo es. En qué casos no se debe intervenir A veces, cuando un joven habla con sus padres de una dificultad que tiene, éstos se apresuran a tomar las riendas de la situación y resolverla por él. Pero por lo general no es eso lo que el chico quiere. Si vas a resolver asuntos suyos, consúltales primero. Diles tu parecer y, antes de actuar, pregúntales cuál es el suyo y pide su consentimiento. Con frecuencia, los jóvenes tienen una opinión muy formada sobre cómo quieren que participes y los ayudes, y desean que tu intervención no pase de ciertos límites. En la mayoría de los casos sólo necesitan a alguien que los escuche, que les dé una recomendación sin meterlos en líos. Tu función consiste en apoyarlos, prestarles oído y ayudarlos a decidir lo que deben hacer. No necesariamente quieren que intervengas tanto como cuando eran niños. Es posible que tus hijos vacilen en confiarte cuestiones serias porque temen que te lanzarás a la carga con la caballería y será difícil detenerte; o que una vez que te enteres de la situación escapará de su control. No quieren que te metas de golpe y les hagas pasar vergüenza, ni que los excluyas de lo que consideran que es su vida y sus asuntos privados. Sé una influencia positiva, pero no intimidante No es que no puedas hablar con ellos libremente de las cosas que te preocupan, pero es importante que busques el momento oportuno y que las presentes como es debido. A veces tendrás que preguntarles directamente algo que te inquieta; pero no des la impresión de que sospechas de ellos ni hagas que se sientan acusados. Puedes preguntarles a quemarropa si se drogan, pero también puedes ser menos directo y decir: «Algún día te ofrecerán drogas. Las drogas destrozan a muchos jóvenes casi sin que se den cuenta. Espero que las rechaces; pero en todo caso, dímelo, que quiero ayudarte.» A nadie le gusta encontrarse solo cuando se mete en un lío, y menos a los adolescentes. No quieren perder todo lo que han ganado en cuanto a madurez recibiendo un montón de ayuda de sus padres. Debes intentar ayudarlos con delicadeza. Si los tratas con respeto, ellos a la vez confiarán en ti y te respetarán. Te verán como una influencia positiva, pero no intimidante; como un amigo estable, de confianza, dispuesto a dar una mano. Extraído de "Urgente, Tengo Un Adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Productions. Foto de photostock / freedigitalphotos.net
No me olvido de aquel sábado lluvioso y triste hace varios años. Los niños no habían podido salir en todo el día y estaban empezando a enervarse unos con otros. Los había distraído, separado y hasta aislado con el deseo de generar un poco de paz y tranquilidad. Para cuando llegó la hora de la cena, todos estaban de mal humor. Las quejas y reclamos no cesaron cuando llegaron a la mesa. Prendí la radio y puse un poco de música antigua en un intento de animar el ambiente, pero ni eso dio resultado. Para colmo de males uno de los niños tuvo la audacia de hacer un comentario despectivo sobre mis habilidades culinarias. Algo así como que si ellos tenían que ir a la escuela para aprender a leer y escribir, quizás yo debería ir a la escuela para aprender a cocinar. No me acuerdo quién lo dijo pero sí recuerdo que el ambiente se puso muy denso a la espera de mi reacción al comentario. Por unos segundos me sentí ofendida. Luego… me empecé a reír. «Tienes razón. Puede que no sepa cocinar, pero sé bailar muy bien», exclamé, y empecé a bailar al ritmo del rock que estaba tocando en el radio. (Todo el mundo sabe que no bailo muy bien.) De pronto cuatro varoncitos estaban bailando en la cocina y subiéndose a las sillas. Todos se echaron a reír y movimos el esqueleto hasta que terminó la canción. Les prometí que les daría helado si se comían todo el brócoli y mi esposo prometió lavar los platos si yo dejaba de bailar. Como por arte de magia ya no se escuchaban más quejas y terminamos de comer. Hasta el último bocado. La dicha es algo que se puede aprender. Es una decisión que podemos tomar en lo más íntimo de nuestro ser, una decisión de encontrar el lado bueno de las cosas. Lo positivo. Lo inusitado de una situación en lugar de concentrarnos en lo malo. […] Quiero que mis hijos recuerden sin sombra de duda que me divertí criándolos. […] Quiero que recuerden con alegría todas las veces que los hice reír y todas las tradiciones, juegos y recuerdos que compartimos juntos. Gwendolyn Mitchell Díaz * Mi buena intención de tomar un té con mis hijas mayores se desvaneció el primer día. Al parecer uno de los menores había escuchado que teníamos planes de tomarnos un té. Desde luego, pensaban que los invitaríamos a tomar el té. El té que habíamos planeado para tres, terminó siendo un té para toda la banda. No era lo que tenía planeado, pero la fiestecita a la hora del té, terminó siendo algo memorable para todos. Briana nos demostró con qué delicadeza podía pedir algo cuando nos dijo: «El té está estupendo. ¿Me podrían servir un poco más?» Hasta los muchachos le entraron a la onda. (No les gusta ser excluidos de nada.) Imaginen la escena: seis niños sentados en la mesa tomando el té con el meñique levantadito. Los recuerdos son diferentes a las tradiciones. Aunque ambos pueden entrecruzarse, las tradiciones se llevan a cabo, los recuerdos se llevan dentro. Algún día, cuando mis hijos vean a sus propios hijos tomando té, me pregunto si se darán un paseo al pasado recordando los meñiques y el té de frambuesas. ¿Esbozarán sus rostros sonrisas incontenibles como si tuvieran un secreto especial? En realidad, eso son los recuerdos… secretos especiales. ¿Recordarán la Navidad que mamá gastó cientos de dólares en regalos? ¿O recordarán solamente el día después de Navidad cuando mami hizo un ángel de nieve con ellos? ¿Se acordarán de la cocina llena de platos sucios? ¿O recordarán todas las comidas con pan integral casero cada vez que huelan pan recién horneado? ¿Se acordarán que comían carne molida cada martes? ¿O recordarán el día que cada comida era azul? Yo todavía recuerdo que mi mamá hizo puré de papas verde cuando yo tenía dos o tres años. Terri Camp * La relación entre un padre y su hija es muy especial, algo que Dios mismo diseño con un propósito, creo. No me extraña que de todos los nombres que Dios escogió, el que más usamos es «Padre». Creo que es porque piensa de su relación con nosotros como pienso yo de mi relación con mis hijos. Creo que la tarea de un padre, cuando la hace bien, es arrodillarse frente a sus hijos y susurrarles al oído: «¿Dónde quieres ir»? Cada día Dios nos invita a una aventura por el estilo. No es un viaje con un itinerario inflexible, simplemente nos invita. Nos pregunta qué nos ha incitado Él a amar, qué nos llama más la atención, qué alimenta esa indescriptible necesidad de nuestra alma de experimentar la riqueza del mundo que creó. Y luego, se nos acerca y nos susurra al oído: «Hagamos eso juntos». Bob Goff * Se logra tener éxito con los hijos haciendo todo lo que se pueda, entregándose de lleno, invirtiendo en ellos y dejando el resultado en Mis manos. La sabiduría que transmites nunca se pierde. No se desperdicia. No desaparece. Nunca deja de ser. Hay ciertas cosas en la vida que nunca se pierden, como el amor, Mi Palabra, la instrucción y formación espiritual, el tiempo dedicado a brindarse a los demás y sobre todo el que se dedica a la formación de los niños. Al volcarte en tus hijos, estás dándoles lo que nunca envejecerá, nunca se desvanecerá; dones vivos que siempre serán parte de su vida, aunque se mantengan latentes durante un tiempo. Los dones que les das de amor, tiempo, formación y verdad son parte fija de la vida de tus hijos y nunca la perderán. Jesús, hablando en profecía * En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo. Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, habla con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. También es un buen momento para que invoquen juntos la ayuda del Señor. Hasta puedes pedir a tus hijos que recen contigo, incluso los más pequeños. Su fe y sus simples oraciones te infundirán mucho aliento. Hagas lo que hagas, no tires la toalla. No des lugar a la frustración y al abatimiento. Eleva una plegaria y pídele a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te permita ver lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Por muy negras que se vean las circunstancias, si miras hacia arriba (a Jesús) el panorama siempre es luminoso. Dado que los niños son un reflejo de los padres, cuando a uno o a varios de nuestros hijos no les va bien en cierto aspecto es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado. Pero no hay que olvidar que son también hijos de Dios y que son una obra en curso, igual que nosotros. «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por Su buena voluntad». Lo único que Él espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos nuestro amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es excusa para alzar los brazos en señal de impotencia y abandonar en cuanto las cosas se ponen difíciles, pasándole la pelota a Dios. Es probable que Él quiera que formemos parte de la solución. Tenemos que preguntarle qué quiere que hagamos y hacerlo; y a continuación encomendarle a Él lo demás, dejar que haga lo que está fuera de nuestro alcance. Derek y Michelle Brookes Compilación gentileza de Anchor.
![]() Theresa Leclerc Cuando era adolescente estaba convencida de que me las sabía todas. Aunque me sentía muy insegura, tenía opiniones sobre todo, opiniones tajantes. En retrospectiva, me da pena por mis padres. No me cabe duda de que les di mucha guerra, sobre todo durante la adolescencia. No me gustaba que fueran más estrictos que los de otros jóvenes. Eso me llevó a alejarme de ellos, como hacen muchos chicos a esa edad. Estaba segura de que no me entendían, y en realidad así era. Ninguno de mis hermanos mayores se había sentido como yo. Yo lo cuestionaba todo, y me costaba acatar las reglas. Sin embargo, por fuerte que fuera mi carácter, lo único que deseaba era encontrar a alguien que realmente me comprendiera. Una vez asistí a una reunión en la que yo era la única joven. Mientras las personas mayores conversaban en pequeños grupos, me senté sola en un rincón a observar. En eso se acercó una señora llamada Joy, y nos pusimos a charlar. Al cabo de un rato le abrí el corazón y le conté mis cuitas. Pensé que me iba a sermonear, pero no hizo otra cosa que escucharme. Con su actitud me dio a entender que se interesaba por mí. En ningún momento me puso en mi lugar ni trató de hacerme cambiar de opinión; simplemente procuró comprenderme. A raíz de esa conversación nació entre nosotras una amistad que duró siete años, hasta que ella falleció. Me apoyó tanto en la fortuna como en la adversidad. Dábamos caminatas juntas y a veces nos escribíamos notitas sobre cosas que nos resultaba difícil decirnos en persona. Aun cuando se trasladó a otra ciudad, lejos de donde yo vivo, nos mantuvimos en comunicación por teléfono y por correo electrónico. Buena parte de esos siete años ella estuvo tan enferma que la muerte la acechaba en todo momento. Sin embargo, nunca la oí quejarse. Siempre estaba chispeante y se interesaba profundamente por los demás. Ella me hizo ver algo importante: que mi personalidad no tenía nada de malo. Al mismo tiempo me enseñó a procurar entender los sentimientos de la gente, a no prestar tanta atención a las apariencias y a veces ni siquiera a las palabras que se dicen, a aceptar a las personas tal como son y manifestarles amor incondicional. Aunque damos la impresión de ser muy diferentes unos de otros, en el fondo no es así: todos ansiamos el cariño, la comprensión y la aprobación de los demás. Cuando alguien ve nuestra necesidad y la satisface, nos transformamos. Gentileza de la revista Conéctate. Foto: Photostock/Freedigitalimages.net
![]() No es fácil educar a los hijos en el mundo de hoy. Muchos de los valores cristianos que quieres inculcarles son objeto de persistentes ataques por parte de personas que tiran en sentido contrario. Te preocupa que aun tus más nobles esfuerzos no basten, y que tus hijos den la espalda a los valores que más significan para ti. Sé que a veces sientes el impulso de arrojar la toalla; pero no lo hagas. Tu interés y preocupación no son en vano. Por mucho que te desvivas por hacerlo bien, tus posibilidades tienen un límite. Yo, no obstante, soy capaz de hacer mucho más que tú, y te ofrezco Mi asistencia. Además entiendo a tus hijos mucho mejor que tú y sé cómo resolver sus problemas. Quiero colaborar contigo para convertirlos en las personas de buenos principios que tanto tú como Yo queremos que sean. Encomiéndamelos en tus plegarias. Por medio de ellas puedes desempeñar tu función mucho mejor, guardarlos de perjuicios e influencias perniciosas y hallar soluciones a sus problemas. Asimismo, me darás la posibilidad de intervenir para hacer lo que está fuera de tu alcance. Tómate un rato todos los días para orar por tus hijos. Cada vez que te enfrentes a un asunto espinoso, pídeme la solución. Empieza hoy mismo a valerte de la oración para potenciar tus esfuerzos. A fuerza de oraciones se producirán cambios que nunca creíste posibles. Gentileza de la revista Conéctate.
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