![]() Chalsey Dooley Algunos días parecen ser mágicos: las cosas me salen bien, pongo en práctica nuevas ideas y el tiempo me rinde. En cambio otros días, cuando llega la noche tengo que hacer un esfuerzo para recordar algo digno de mención que haya hecho. Es cierto que di de comer a los niños, los vestí, los ayudé con sus actividades didácticas y los llevé a jugar a la plaza… pero me quedo con gusto a poco. Tengo ganas de liquidar unos cuanto ítems de mi extensa lista de tareas pendientes. Quisiera poder decir que he hecho grandes progresos. No obstante, me da la impresión de estar atrasándome cada vez más en muchos aspectos de mi vida. Hace unos meses, al terminar una larga jornada, intenté quitarme de encima el peso del abatimiento por tener tanto que hacer y no dar abasto resolviendo problemas. Entré al baño y me encontré con que Patrick (de dos años) había tomado su suave ornitorrinco de peluche, había llenado la pila, le había dado un buen lavado y en ese instante estaba echándole bicarbonato, producto que uso para limpiar la pila. Otro desastre que limpiar no era precisamente lo que más necesitaba; pero él lo había hecho con todo su buen corazón. Así que me reí y me dije para mis adentros: «Aunque no parece que vaya a avanzar mucho en las otras cosas, por lo menos el ornitorrinco está limpio». Más tarde, mientras miraba a los niños contentos y a gusto en la cama esperando su cuento, decidí modificar mi criterio de lo que considero un progreso y un buen día. Así que confeccioné una lista distinta, y cada noche la repaso para ver cuántos ítems puedo marcar como hechos. § ¿Ayudé hoy a mis hijos a sonreír? § ¿Fui paciente cuando me topé con contratiempos? § ¿Les mostré a todos mis hijos que los amo? § ¿Estuve dispuesta a ayudar, escuchar y levantar el ánimo a los demás aun a expensas de dejar cosas sin hacer? § ¿Recé por alguien hoy? § ¿Me reí y decidí tomarme las cosas con calma cuando me sentí exigida al límite? Mañana será otro día. A la larga, las tareas pendientes se harán. Trabaja. Respira, Sonríe. Trabaja. Respira. Sonríe. Tarde o temprano lo lograremos, lo que sea que tenemos que lograr. Chalsey Dooley vive en Australia. Escribe textos motivacionales para niños y educadores y se dedica de lleno a la formación de sus hijos. Echa un vistazo a su sitio web: www.nurture-inspire-teach.com. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso. Foto: Kate Henderson via Flickr.
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Adaptado de Wikihow. Foto de Gerry Thomasen/Flickr.
Cierto día, un niño de seis años regresó a casa con una nota de su profesora en que aconsejaba que se retirara al niño de la escuela, pues era "demasiado torpe como para poder aprender algo". El pequeño se llamaba Tomás Alva Edison. *** Si tu muchacho parece incapaz de aprender nada, no desesperes. Tal vez su talento tarde en aflorar. Se ha sabido recientemente que el Dr. Wernher von Braun, el famoso experto en misiles y satélites, en su época de estudiante fue aplazado en matemáticas y física. *** Había un muchacho que tardó tanto tiempo para aprender a hablar que sus padres lo consideraban subnormal y sus educadores lo llamaban "inadaptado". Sus compañeros evitaban su compañía y rara vez lo invitaban a las fiestas. Fracasó en su primer examen de ingreso a la universidad en Suiza. Al año siguiente volvió a hacer el intento. Con el tiempo alcanzó notoriedad como científico. Se llamaba Alberto Einstein. *** Había un jovencito inglés al que sus compañeros llamaban "planta de zanahoria" y a quien algunos de sus profesores auguraban muy poco éxito. En su clase figuró entre los tres últimos, y sus calificaciones fueron 95% en Inglés, 85% en Historia, 50% en Matemáticas y 30% en Latín. El informe que en esa época presentó su profesor decía: "Este joven no demuestra amor al estudio y ha repetido de grado dos veces. Es de carácter obstinado y a veces rebelde. No parece entender bien la importancia de las tareas escolares, y las realiza de manera mecánica. Se le ve más bien inclinado a aprender lo malo. No se esfuerza en progresar." Años después el muchacho sentó cabeza, se puso a estudiar con seriedad y el mundo empezó a oír hablar de Winston Churchill. Compilation courtesy of TFI. Photo by Sasvasta Chatterjee via Flickr.
![]() El fruto de la perseverancia ¡A veces los jóvenes son capaces de hacerle perder la paciencia a un santo! Con todo, sigue intentando comunicarte y relacionarte con ellos. Trata de identificarte con ellos y pensar como ellos. Si logras crear un vínculo con ellos, una conexión, lo que les dices empezará a entrarles, y a partir de ahí podrás hacer progresos concretos. Uno de los gajes del oficio de profesora de gente joven es la frustración. Así son las cosas a veces. Así es la vida. Los conocimientos y la experiencia que tienes tú son el fruto de años de altibajos, de triunfos y fracasos, de superar situaciones bastante difíciles; los jóvenes, en cambio, apenas están comenzando. Si tienes eso presente, no se te agotará tan pronto la paciencia. Evita también hacer comparaciones entre este grupo y otros chicos a los que has enseñado. Hay adolescentes que no tienen prisa por hacerse mayores; otros maduran más rápido. No puedes desanimarte tanto por eso. Deja que rompan el molde A medida que los jóvenes van desarrollándose, por lo general necesitan más libertad para tomar decisiones independientes sin que los obliguen a encajar en cierto molde. Algunos no encajan ni quieren encajar en el molde en el que se los quiere meter. Tú tienes tu molde, te has hecho una idea de cómo deben ser y actuar; pero ni siquiera a los hijos se les puede exigir que sean así, que sean iguales a uno y se ajusten en todo a sus ideales. Es posible que tengas que empezar a cambiar de mentalidad. Quizá debas ver a esos jóvenes de otra manera y buscar en ellos rasgos dignos de admiración; por ejemplo, el hecho de que se porten tan bien a pesar de las presiones y las dificultades con que se topan. No tengas miedo de ensuciarte las manos ¡No desistas! Pon manos a la obra, y no te preocupes si te las ensucias. Esto es algo así como la jardinería: uno no puede hacer nada en un jardín si no está dispuesto a llenarse las manos de tierra. Las plantas no medran ni crecen si el jardinero no está dispuesto a hacer algo más que mirarlas y regarlas. A veces es necesario trasplantarlas a otra maceta porque las raíces han crecido mucho, o porque la tierra de la maceta ha perdido nutrientes o se está enmoheciendo. Con los jóvenes pasa lo mismo: es posible que precisen la atención concentrada de alguien que no tenga miedo de ayudarlos a buscar la forma de resolver sus problemas. A veces se enredan y no pueden desenmarañarse solos; les hace falta ayuda del jardinero. Está atenta a ellos del mismo modo que el jardinero examina las plantas para descubrir síntomas peligrosos como hojas que amarillean, que se manchan o se marchitan, tierra mohosa, o plantas mustias por falta de agua. Hay plantas que tienen que estar a la sombra, y otras que quieren sol. Las hay que necesitan mucho riego, y las hay que apenas si requieren agua. A algunas les hacen falta muchos cuidados y hay que rociarlas todos los días; otras, como los cactos, casi no necesitan nada. Tu misión consiste en ser una jardinera diligente, afectuosa, preocupada de sus plantas, que no las pierde de vista y se esmera en atenderlas y cuidarlas. El jardinero averigua lo que puede hacer y se esfuerza por que sus plantas estén bien. Y como cualquier jardinero, después que hayas hecho todo lo que podías, deja lo demás en las manos de Dios. Extraído del libro “Urgente, tengo un adolescente”, © Aurora Productions. Foto de Kristin via Flickr.
Las únicas personas que ven las pataletas infantiles como algo divertido son los abuelos –– porque por fin ha llegado la hora de la venganza al ver ahora a sus hijos batallando con sus propios pequeños monstruos. Lamentablemente, las pataletas son inevitables en la vida cotidiana de cualquiera que tenga niños. Usualmente empiezan alrededor de los 2 años de edad, cuando los niños experimentan diferentes maneras de comunicarse con otros para obtener lo que quieren. Las pataletas son menos frecuentes cuando alcanzan los 4 años, pero algunos niños continúan haciéndolo años después - incluso cuando son adultos. ¡Uff! Pero no te debes preocupar. Las pataletas hasta cierto punto no son evitables, pero siguiendo algunos simples pasos puedes evitar la mayoría de ellas y ayudar a tu niño a que aprenda un mejor mecanismo para sobrellevar la adversidad. Pasos
Gentileza de Wikihow. Foto de Mindaugas Danys via Flickr.
Un buen carácter consta de conocer el bien, desear el bien y hacer el bien; son hábitos de la mente, hábitos del corazón y hábitos de acción. Los tres son necesarios para llevar una vida moralmente aceptable; los tres constituyen una madurez moral. Cuando pensamos en el carácter que queremos que tengan nuestros hijos, es evidente que queremos que puedan determinar lo que está bien, que les interese profundamente lo que está bien y que luego hagan lo que crean que está bien, aunque enfrenten presiones y tengan tenciones. Thomas Lickona * Ya que nuestros hijos crecen y llegan a ser las personas que han elegido ser, que tienen la libertad de elegir su propio camino, no podemos estar seguros de que las enseñanzas morales que les impartimos tengan un impacto a largo plazo. Sin embargo, cuando desde edad temprana empezamos a inculcarles los valores que apreciamos mucho, y cuando lo hacemos por muchos años, nuestra posible influencia es, en efecto, muy grande. Aunque nuestros hijos no entiendan completamente lo que les decimos en el momento en que lo decimos, de todas maneras nuestras palabras pueden tener un valor duradero. Es posible que dentro de algunos años nuestros hijos las recuerden. Y cuando lo vean con el lente de una etapa de desarrollo más madura, nuestras palabras tal vez adquieran un significado nuevo y más profundo. Soy padre, y esa posibilidad me infunde esperanza y consuelo Así pues, habla con tus hijos acerca de tus creencias. Thomas Lickona * Instruye al niño en el camino correcto, y aun en su vejez no lo abandonará. Proverbios 22:6 * Si pides cuentas a tu hijo durante un período de tiempo, adquirirá la costumbre. Ya no hará falta que se lo recuerdes, sino que actuará por costumbre, con naturalidad y sin pensarlo mucho. Quisiera que mis hijos adquirieran muchos hábitos, como hacer la cama al levantarse por la mañana, decir «por favor» y «gracias», y beber mucha agua durante el día. En realidad esas costumbres no tienen mucho impacto en su relación con el Señor, pero dejan huella. También quiero que lleguen a adquirir costumbres que agraden al Señor, como diezmar de buena gana, asistir a la iglesia con regularidad y orar a diario. Te exhorto a que examines a tus hijos. […] Encuentra hábitos que quieres que tus hijos tengan y cultiven toda la vida. No llegarán a tener un buen hábito si los regañas con insistencia para que lo adquieran, sino al animarlos constantemente. […] Si en la vida únicamente damos a nuestros hijos un amor por el Señor Jesucristo y firmeza de carácter, habremos tenido éxito en nuestra labor de padres. El carácter hará que consiga un empleo. El carácter hará que se levante en la mañana en los casos en que preferiría no hacerlo. Algún día, el carácter hará que se mantenga unido su matrimonio. Si los padres procuramos inculcar virtudes a nuestros hijos, en el futuro ellos podrán crear grandes cambios en nuestro país. Terri Camp * Debes comprometerte con todo tu ser a cumplir cada uno de estos mandatos que hoy te entrego. Repíteselos a tus hijos una y otra vez. Habla de ellos en tus conversaciones cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Deuteronomio 6:6–7 * Antes de que tuviéramos hijos, mi esposo y yo dábamos una clase junto con otro matrimonio en un centro de aprendizaje. Cada domingo, por dos horas y media, teníamos a nuestro cargo a unos 50 niños llenos de energía. Los pequeños tenían 6, 7 y 8 años, y estaban con nosotros mientras los padres asistían a un oficio religioso y a la hora de fraternidad. Al principio de cada semana, cenábamos con el otro matrimonio para planear las lecciones y las actividades complementarias. A veces esas sesiones duraban más de tres horas, pues teníamos que fijar metas y objetivos, preparar los programas de enseñanza y crear técnicas de evaluación. Después de haber sido madre, transcurrieron varios años antes de que me diera cuenta de que mi vida revelaba una dicotomía enorme. Cuando estaba a cargo de la formación de los hijos de otras personas, no escatimaba tiempo ni esfuerzo. Sin embargo, dedicaba muy poco tiempo a planificar o preparar la enseñanza y transformación de mis hijos. Sin darme cuenta, tenía la actitud de que si esperaba el tiempo suficiente, a la larga terminaría mi trabajo, ¡aunque fuera solo porque se había acabado el tiempo! […] Pensaba: «Es inevitable que lleguen a la edad adulta. Algún día madurarán y harán su contribución en la sociedad. Algún día habré terminado mi tarea». Sin embargo, al reflexionar en la situación, me di cuenta de que esa actitud de que «de algún modo, algún día…» no resulta bien en nuestra sociedad. […] Hay demasiados niños que andan sin rumbo fijo (o que están sentados, golpeando con los talones la corteza de los tocones, como hacían mis hijos) sin tener idea de a dónde se dirigen en la vida, porque madres como yo nunca les señalaron ninguna dirección. No podemos limitarnos a estar presentes, a la espera de que de algún modo, algún día, nuestros hijos sean exitosos. Debemos empezar a tomar más en serio la tarea de criar a nuestros hijos, darle máxima importancia. A fin de hacerlo, debemos dedicar tiempo a fijar metas para la educación del carácter de nuestros hijos. [Pregúntate:] * ¿Cuáles serían las cinco características que quiero que destaquen en la vida de mi hijo para cuando llegue el momento de que se marche de casa? * ¿Cómo voy a dirigir hoy a mi hijo hacia una de esas metas? Gwendolyn Mitchell Díaz * Toma [a tus hijos] de la mano y guíalos por el camino del Maestro. Efesios 6:4 * Disciplinar a los niños significa formarlos, enseñarles a llevar una vida disciplinada y, con el tiempo, a autodisciplinarse. Si la disciplina es algo que simplemente se aplica a los niños, la consecuencia de ello es que en cuanto quedan libres de la autoridad paterna se desbocan. Pero si los disciplinan en el sentido de que los instruyen y les enseñan a llevar una vida disciplinada, a la larga serán capaces de autodisciplinarse en la mayoría de los aspectos. María Fontaine Recopilación gentileza de Anchor. Foto (adaptado) de Wikimedia Commons.
Una presentación dedicada a las madres para el Día de la Madre. Gentileza de Tommy's Window. Michelle Charisse Es el día de la Madre. Tomo mi lugar en el escenario, pruebo el micrófono y recorro con la vista el restaurante de un hotel donde mis amigos y yo estamos por dar inicio al espectáculo. La mayoría de las 200 personas que han acudido al desayuno-almuerzo del domingo por la mañana son madres e hijas. Algunas, madres jóvenes con niñas pequeñas; otras, señoras mayores con hijas adultas; unas son bajitas y regordetas con sus hijas altas y delgadas; otras parecen hermanas. Hay unos pocos hijos y maridos, pero en número se ven superados ampliamente por las mujeres, que lucen todas radiantes. El mostrador de la recepción está cubierto de rosas, cada una envuelta separadamente. Se trata del regalo que hace el hotel a las madres en su día. Al sonar los acordes de introducción de nuestro primer tema musical, siento la presencia de mi madre en el recinto. La letra me hace pensar en ella. «Rodéenme de gente sencilla...» Mamá trajo al mundo a ocho personitas. No me explico cómo, pero cada una de ellas era su predilecta. «Quiero que me estrechen los brazos infinitos de la eternidad...» Hoy en día, se encuentra en esos brazos. Han pasado siete años desde que murió de cáncer. Mi padre la sostuvo en sus brazos hasta que exhaló el último suspiro. Nosotros, sus hijos, todavía le damos las buenas noches con un beso cuando hacemos nuestras plegarias. Ahora está para siempre en los brazos de Jesús. Parpadeo para secarme las lágrimas. «Me río y canto, ¡qué manera de vivir!...» Ahora pienso en mi madrastra, cuya voz escuché por el teléfono hace apenas unos días. Como de costumbre, destilaba alegría. Si hay alguien que sabe lo que significa la vida es mi madrastra. «La vida no vale la pena si no es para darnos a los demás...» La veo, consagrada por entero, cuidando de mi padre y de los once hijos que todavía viven con ellos. (Los tres mayores ya somos adultos y vivimos en otros países.) Veinticuatro horas al día, siete días a la semana, entregándose. Una joven madre se levanta de su mesa y baila por el restaurante con su bebita en brazos. La niña se ríe. Se siente segura, amada. Entonces comprendo por qué soy capaz de sonreír, de reír y de venirme al otro extremo del planeta para manifestar el amor de Dios a mis semejantes. Es que he sido favorecida con el amor, no ya de una madre, sino de dos. Una que tuvo que irse y que, sin embargo, está siempre cerca de mí en espíritu; y otra que llegó a mi vida cuando más la necesitaba. ¿Qué hago? ¿Por qué tengo que hacer un esfuerzo para contener el llanto? Me siento segura, amada. Dios me ha bendecido por partida doble. Gentileza de la revista Conéctate. Foto de Kathleen Zarubin via Flickr.
Tributo a la madre es un tesoro de frases célebres, proverbios, poemas, reflexiones inspirativas y pasajes bíblicos dedicados a esa maravillosa persona que llamamos
madre. Léela aquí gratuitamente o compra el libro de tapa dura como regalo del Día de la Madre. Llevé de compras a mi hija Helen (de ocho años), y a mi hijo Brandon (de cinco) a la plaza comercial Cloverleaf, en Hattiesburg. Cuando nos acercábamos a la plaza, de pronto vimos un inmenso camión tipo tráiler —de esos de dieciocho ruedas— con un enorme letrero que decía «zoológico interactivo», estacionado en la entrada. De inmediato los niños, emocionados, empezaron a preguntarme: —Papá, papá, ¿podemos ir? ¡Por favor! ¡Déjanos ir! —Claro —les respondí. Y enseguida les di unas monedas y seguí camino hacia la tienda departamental. Salieron disparados, cosa que me dio el tiempo justo que necesitaba para ponerme a buscar una caladora —una sierra especial para contornos— que quería comprar. Los zoológicos interactivos se montan colocando una cerca portátil en un centro comercial para cerrar un espacio y echando unos quince centímetros de aserrín donde ponen varios animalitos de todo tipo. Pagando unas monedas, a los niños les dan acceso al área cercada donde pueden acariciar, felices, a las criaturitas mientras sus padres se dedican a hacer compras. Unos minutos más tarde, me volví y vi que Helen caminaba detrás de mí. Me sorprendió que hubiese preferido venir a la ferretería conmigo en vez de ir a ver los animales del zoológico interactivo. Además, pensaba que los niños tenían que esperar a que sus padres pasaran a recogerlos para poder salir. Me incliné a preguntarle qué había pasado. Me miró con sus enormes ojos marrones y me dijo con tristeza: —Lo que pasa, papi, es que cuesta cincuenta centavos. Y como nos diste veinticinco a cada uno, yo le regalé mi parte a Brandon para que le alcanzara para entrar—. Tras lo cual dijo la frase más hermosa que haya escuchado jamás. Repitió el lema de nuestra familia: «¡El amor es acción!» Le había dado su parte a Brandon, cuando no hay ser humano en esta tierra que tenga la fascinación por los animalitos que tiene Helen. Nos había visto a mí y a mi esposa practicar y decir «el amor es acción» por años en casa. Lo había escuchado y ahora lo había incorporado a su joven vida. Se había vuelto parte de ella. ¿Qué creen que hice? Pues bien, seguramente no lo que imaginan. Primero, nos dirigimos hacia el zoológico, ya que Brandon se había quedado solo. Nos situamos junto a la cerca y miramos cómo Brandon acariciaba a los animales, fascinado. Con las manos y la barbilla apoyadas sobre la cerca, Helen se quedó mirando a Brandon. Mientras tanto, los cincuenta centavos que yo tenía en el bolsillo por poco me quemaban, pero en ningún momento se los ofrecí a Helen, ni ella me los pidió. Porque ella sabía bien que el lema familiar no rezaba en realidad «el amor es acción», sino «el amor es una acción que conlleva SACRIFICIO». Al amar siempre se paga un precio. Amar cuesta. Amar sale caro. Cuando uno ama, los beneficios se acumulan en cuenta ajena. El amor es para el otro, no para uno mismo. El amor da, no toma. Helen le dio su moneda a Brandon y quiso llevar las cosas hasta el extremo, hasta haber aprendido la lección. Quiso experimentar ese lema familiar. El amor es una acción que conlleva sacrificio. - Dave Simmons, «Papá, el coach de la familia». Gentileza de Anchor. Usado con permiso. |
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