¿Cuál es el secreto para criar niños felices y bien adaptados?
No hay ningún secreto, pero sí una clave: el amor. Sería imposible cubrir a cabalidad el tema del amor de los padres por sus hijos en esta breve columna. Sin embargo, a continuación te brindamos un resumen de las fórmulas y acciones más importantes con que puedes manifestar amor a tus hijos.
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Mi hija tiene casi tres años y entró en una etapa nueva: la de «Mamá, tengo miedo». Por ejemplo, les ha tomado miedo a los perros. Desconfía hasta de la vieja mascota de la familia, un animal de lo más dócil, y nos pregunta: «¿Tiene dientes afilados?», o: «¿Los perros se comen a las niñitas?» El solo ladrido de un perro a lo lejos basta para que la chiquilla salga despavorida y entre corriendo a la casa. Todos nuestros comentarios tranquilizadores no parecen servir de nada. ¿Cómo puedo ayudarla a superar sus miedos?
Personas de cualquier edad pueden verse gravemente afectadas por el miedo; pero los niños suelen ser los que más sufren a raíz de ello, pues su marco de referencia es bastante limitado y aún no han desarrollado la capacidad de razonamiento necesaria para determinar qué temores son reales y cuáles son infundados. Se requiere una importante cuota de oración, paciencia, comprensión y buen tino de parte de los padres para ayudar al niño a lidiar con el temor. Asimismo conviene tener en cuenta que ciertos temores son normales, racionales y hasta saludables. Algunos son innatos, tales como el miedo a los estruendos o a las alturas. Otras fobias racionales se adquieren por medio de ciertas experiencias. Por ejemplo, si a un niño le pica una abeja, es probable que adquiera temor a las mismas. Otros temores racionales se inculcan por medio de las advertencias de los padres, entre ellos el temor a las estufas calientes, los cuchillos afilados y los autos en movimiento. Por otra parte, los temores irracionales, tales como el miedo a monstruos imaginarios, no tienen ningún fundamento en el mundo material. Muchos miedos que se padecen en la infancia son en parte racionales y en parte irracionales, y por lo general se relacionan con una etapa particular del desarrollo mental y emocional del niño a medida que se ve expuesto a experiencias nuevas y aprende a razonar y ejercitar su imaginación. Es muy importante no minimizar los temores de un niño. Eso no alivia el miedo; antes agrava la dificultad que ya enfrenta el pequeño, pues le hace sentirse avergonzado y disminuye su autoestima. Crearle un sentimiento de culpa por sentir miedo o darle la impresión de que está mal —como si fuera algo intencional— no hace más que complicar el problema. El primer paso para ayudar a un niño a superar su aprensión es encomendar el asunto a Jesús por medio de la oración. Pídele que llene a tu hija de la luz de la fe de modo que pueda vencer la oscuridad del miedo. Reza también una plegaria bien optimista con ella en la que hagas hincapié en los cuidados y el amor que Dios le prodiga. Conviene preguntarle a Jesús qué hacer para ayudarla a superar su temor, ya que cada caso y cada niño es diferente. Él puede indicarte el origen del trastorno, la mejor solución y la manera de presentársela a la niña. Por ejemplo, puede que te diga que le cuentes algo similar que te ocurrió a ti cuando eras pequeña, en la que al final todo resultó bien. O tal vez te indique que le leas un cuento en el que alguien superó un miedo parecido. Es posible que también te recuerde que no esperes resultados inmediatos. Ayudar a un niño a superar miedos irracionales lleva tiempo. En ese sentido, el amor y la oración nunca fallan. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. A.A. A principios de los años 80 yo era una niña flaquita de ocho años que sufría de asma. Vivía con mi familia en la India. Una antigua amiga de mis padres nos vino a visitar y me dijo sonriente que me había cuidado cuando yo era una bebita. En aquel momento sentí que existía un vínculo especial entre las dos. Mientras ella conversaba con mis padres sobre los viejos tiempos, me arrodillé detrás de ella y silenciosamente le hice una trenza en su cabellera color miel. Era la primera vez que intentaba algo semejante, y me salió bastante suelta y asimétrica. Cuando terminé, le pregunté si le gustaba. Ella la palpó y dijo: «¡Está preciosa! Además, con este calor resulta muy cómoda. Gracias por hacérmela». Así, una niña de ocho años que no se sentía capaz de hacer gran cosa adquirió cierta conciencia de su propia valía y se dio cuenta de que ayudar a los demás en pequeños detalles tiene su recompensa. Un par de años después —también en la India— hicimos una excursión a una montaña que tenía mil escalones de piedra. El asma me obligaba a parar a descansar bastante seguido; pero bien valió la pena el esfuerzo. Cuando llegamos a la cima, exploramos un fascinante museo que había sido en otro tiempo un magnífico palacio. Al pasar por las habitaciones lujosamente amobladas y muy bien conservadas, y por los jardines cuidados con espléndida exquisitez, entendimos el entorno en que había vivido la antigua realeza india. Al día siguiente, nuestra profesora nos pidió que hiciéramos una redacción sobre la excursión. Yo me propuse documentar todos los pormenores de lo que habíamos visto el día anterior: la subida por la escalinata; los monos con que nos topamos en el camino y la forma en que tomaban maní de nuestras manos y se lo comían; la enorme estatua de un temible guerrero a la entrada del palacio, y cada detalle del palacio mismo. Quedé muy complacida con mi redacción, y mi profesora también, aunque me explicó dulcemente que por lo general no conviene empezar cada oración con la palabra entonces. Me recomendó otras opciones que me parecieron interesantes. Esas críticas constructivas eran conceptos nuevos para mí, pero el estímulo y la ayuda que recibí ese día me llevaron a seguir una carrera muy gratificante como escritora y correctora. Así que, independientemente de que seas padre, madre, docente, puericultor o un simple observador, nunca subestimes la influencia que puedes tener en los niños que forman parte de tu mundo. A veces lo único que se necesita es una sonrisa de aprobación o unas palabras de aliento para transformar una vidita. Y el amor que des te vendrá de vuelta. Muchos no comprenden que el mundo del mañana depende de las personas mayores de hoy, de lo que decidan conceder o denegar a la siguiente generación. - David Brandt Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Ariana Andreassen Mi hijo Anthony es un chiquillo muy despierto, muy activo, de apenas tres añitos. Le encanta aprender cosas. Hace un tiempo, su tema preferido de conversación eran los rayos. No se cansaba de hablar de las tormentas, de que algunos edificios se incendian cuando les cae un rayo… Cuando le dio por escenificar todo eso con sus figuritas de Playmobile y de Lego, procuré canalizar positivamente sus pensamientos y sus energías enseñándole, por ejemplo, que Benjamin Franklin inventó el pararrayos para evitar esos desastres. Un día, al cabo de unos meses, Anthony hizo una pausa en medio de la cena, me miró pensativo y comentó a su manera que algunos animales están en peligro de extinción porque carecen de comida o de lugares aptos para vivir. Curiosa por saber si él realmente entendía de qué hablaba, le pregunté por qué los animales no tenían dónde vivir. Me explicó que para construir casas y carreteras la gente corta árboles, y por eso animales como el koala no tienen dónde refugiarse. Claro que su pequeña exposición le salió un poco enredada; pero me di cuenta de que en general había captado bien la idea y de que estaba sinceramente preocupado de que los animales fueran a perder su hábitat natural. El tema fue el centro de su interés por varias semanas, hasta que hizo el siguiente gran descubrimiento, que si mal no recuerdo fueron los cinco sentidos. Hablando con mi hijo sobre Benjamin Franklin, las especies en peligro de extinción y los cinco sentidos, me hice cargo de lo fácil que es influir en los niños a temprana edad; de ahí la importancia de enseñarles a tomar decisiones responsables y acertadas. A los niños les fascina contribuir de alguna manera a mejorar el mundo. Así que desde temprana edad podemos inculcarles amor y respeto por el medio ambiente. Ahora a Anthony le apasiona echar cada tipo de basura reciclable en el recipiente que le corresponde, regar las plantas y colaborar en las tareas del jardín. Es consciente de que caminar en vez de desplazarse en auto —siempre que sea práctico— ahorra dinero y no contamina. Hasta se acuerda más que yo de apagar las luces cuando sale de un cuarto. Si bien al principio toma tiempo explicarles a los niños ciertos conceptos de forma que los capten bien, con cuidado para no causarles ansiedad ni preocupaciones, el esfuerzo vale la pena. Es una dicha ver a mi pequeño esmerándose por cuidar su entorno en lugar de atropellarlo o no prestarle ninguna importancia. Ariana Andreassen tiene dos hijos. Vive en Tailandia. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Misty Kay
Mis hijos de nueve y diez años vinieron una vez más a presentarme sus quejas. —¡Mamá, Chalsey se queda con todos los Lego! —¡Davin siempre se guarda las mejores piezas! Kristy, la de cinco años, lloraba: —¡No vale! Yo quiero armar un avión, pero ellos no quieren. Toda la tarde había sido lo mismo, una cosa tras otra. Por muchos juguetes que tuvieran, no podían pasarla bien. Faltaba algo. Hice una breve oración y le pedí al Señor una ilustración, algo que nos ayudara a atacar el problema. —¿A quién le gustan los panqueques a secas, sin nada encima? —pregunté. Los niños se quedaron sorprendidos ante el repentino cambio de tema. —¿A quién le gustan los panqueques sin ninguna crema ni mermelada, panqueques que se te atoran en la garganta? —¡A mí no! —exclamaron al unísono. —De acuerdo. O sea que ayer, cuando me pidieron panqueques, no querían sólo panqueques. Querían panqueques con crema. Había sido el día del padre. Lo celebramos desayunando unos panqueques calientes bañados en crema de chocolate blanco. Se deshacían en la boca. —Al igual que sucede con los panqueques, cuando ustedes me dicen que quieren jugar con sus juguetes, no sólo quieren juguetes. Lo más sabroso de los panqueques era la crema de chocolate. El llevarse bien entre ustedes es como la crema. Cuando se llevan mal, el juego no tiene gracia. Aunque tengan todas las piezas Lego que quieren, no lo pasan bien. No se divierten. Lo interesante es jugar juntos. Así es como disfrutan de verdad. Los panqueques se sirven con crema. Los niños entendieron perfectamente la comparación y, como por arte de magia, decidieron jugar juntos. Aunque el mal tiempo nos obligó a quedarnos en casa varios días, nadie se molestó. Los chicos jugaron con todos los juegos y juguetes que había en la casa. Cuando se caldeaban los ánimos, les decía: —Los panqueques necesitan más crema. Al meditar en eso más tarde, me di cuenta de que aquella enseñanza no era solamente para mis hijos. A veces me esfuerzo mucho por alcanzar las metas que me he propuesto y veo todo lo demás como una distracción. «Tengo que hacer esto, tengo que hacer aquello». Quiero hacer rendir al máximo mis horas de trabajo y no tener interrupciones. Pero después me pregunto por qué me resulta todo tan árido y por qué lo disfruto tan poco. A todos nos ocurre con frecuencia que nos comemos los panqueques solos. Concedemos tanta importancia a lo que tenemos que hacer que nos olvidamos de que sin miel o sin crema los panqueques resultan desabridos. No podemos dejar que nuestro trabajo, o incluso nuestras aficiones, nos lleven a rescindir de las amistades que hacen más plena nuestra vida. Si te das cuenta, pues, de que estás hasta el tope de preocupaciones, estrés y trabajo y más trabajo, si sientes que perdiste la chispa, si lo encuentras todo un poco insulso, quizá te hace falta cubrir esa jornada con un buen cucharón de crema. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Unos sociólogos formularon la siguiente pregunta a un grupo de niños de cuatro a ocho años: «¿Qué es el amor?» Sus respuestas fueron más amplias y profundas de lo que habría cabido imaginar. Que cada cual saque sus conclusiones. «El amor es lo que sientes antes que se te metan todos los pensamientos malos.» «Amor es lo que sentimos en Navidad en el cuarto cuando dejamos de abrir regalos y escuchamos.» «Cuando alguien te quiere, dice tu nombre de otra manera. Y sabes que va a hablar bien de ti.» «Amor es salir a comer con alguien y darle la mayor parte de tus papas fritas sin obligarle a que te dé una parte de las suyas.» «Si alguien te trata mal y te enojas, pero no le gritas para que no se moleste, eso es amor.» «El amor es lo que nos hace sonreír cuando estamos cansados.» «Amor es que mi mamá vea a mi papá sudoroso y maloliente, y aun así le diga que es atractivo.» «El amor es cuando dos personas están siempre besándose. Y cuando se cansan de besarse, igual quieren estar juntas y hablar más. Mis papás son así.» «Cuando a mi abuela le dio artritis, ya no podía agacharse para pintarse las uñas de los pies. Ahora se las pinta mi abuelo, aunque también tiene artritis en las manos. Eso es amor.» «Si uno quiere aprender a amar más, tiene que empezar por un amigo al que no aguanta.» «A veces le cuentas a alguien algo malo de ti y tienes miedo de que ya no te quiera. Pero luego te sorprende que esa persona no sólo te siga amando, sino que te quiera aún más.» «Hay dos clases de amor, el nuestro y el de Dios. Pero Dios es el que hace las dos clases de amor.» «Amor es, por ejemplo, que una viejita y un viejito sigan siendo amigos aunque se conozcan muy bien.» «Mi mamá me quiere más que nadie. Es la única que por la noche me da un beso cuando me acuesto.» «Amor es que mi mamá le dé a mi papá la mejor presa del pollo.» «Amor es que tu cachorrito se ponga muy contento al verte, aunque lo hayas dejado solo todo el día.» «Las tarjetas que venden en las tiendas dicen lo que nos gustaría decir, pero que ni muertos diríamos.» «No debemos decir:”Te quiero”si no lo sentimos. Pero si lo sentimos debemos decirlo mucho, porque a la gente se le olvida.» Extraído de un artículo escrito por Maria Fontaine
Una parte de ayudar a sus hijos a crecer y madurar es enseñarles a escoger bien en diversas situaciones y permitirles situaciones y experiencias con las que cobren vida las lecciones. Cuanto antes les enseñen a discernir y a decidir bien ellos mismos, más a salvo estarán y mejor preparados para las decisiones que solo ellos pueden tomar. Un ejemplo práctico de esto se puede dar si tienen piscina. Puede que haga falta una cerca alrededor para evitar accidentes, pero también querrán enseñar a sus hijos a nadar, y con el tiempo ayudarlos a ser buenos nadadores. La valla es la protección inicial, pero al enseñarles a nadar los preparan para desenvolverse sin riesgos en el agua. Estas lecciones de vida que no se pueden enseñar solamente en clase. Se aprenden con el tiempo, y exigen mucha comunicación, debate y experiencias para que los hijos entiendan y maduren en esos aspectos. Pero esas experiencias y enseñanzas los volverán más prudentes, fuertes, equilibrados, maduros, sagaces y comprensivos, y los equiparán mejor para la vida. La experiencia es buena para sus hijos y los prepara para la vida, si los ayudan a aprender de ella. ¿Qué significa preparar a los hijos para la vida? Significa ponerse a pensar en cómo ayudarlos a avanzar por las etapas naturales de crecimiento y desarrollo, conscientes y enterados de lo que pasan sus compañeros, y prepararlos para cuando tengan que encarar situaciones parecidas. Significa enseñarles a ser valientes en las dificultades y a encarar situaciones nuevas de forma responsable y con confianza. Significa que les enseñen a discernir el bien y el mal y a comportarse con integridad, autodisciplina, convicción, amor, tolerancia y fortaleza de carácter. Esas son lecciones de vida que imparten a sus hijos porque son componentes de buen carácter que conformarán la brújula moral de sus hijos para la vida. Esas lecciones de formación del carácter les vendrán muy bien durante toda la vida, y los padres son los instructores clave para educar a sus hijos de esa forma, ya que al transmitirles sus convicciones y valores los ayudan a encontrar el rumbo debido para su vida. Vale la pena esforzarse para enseñarles a abrirse camino entre los aspectos negativos y cuestionables de la sociedad, a discernir con exactitud el bien del mal, y a fundamentar sus decisiones y actos en una ética y una perspectiva cristianas. Los hijos en la actualidad enfrentan muchas influencias y las enfrentarán mucho más a lo largo de su vida. Les convendría tomarse un tiempo para descubrir a qué se enfrentan sus hijos sin que ustedes lo sepan. Podrían hablar con otras personas con las que se relacionen sus hijos y pedirles su opinión. Estar preparados es mucho mejor que llevarse una sorpresa desagradable, y si dedican tiempo a ello, piensan las posibilidades y las conversan, pueden estar mejor preparados para las diversas situaciones con que se puedan ver o se estén viendo ya sus hijos. Es natural que a veces los hijos tomen decisiones no muy buenas o erróneas, porque están experimentando y aprendiendo a aplicar la formación que les han dado. Por eso, si ustedes participan activamente en su vida cuando ellos se topen con influencias diversas, y cumplen así su deber de aconsejarlos cuando tengan dudas y ayudarlos a determinar cómo pueden tomar buenas decisiones, les brindan una preparación constante. Es enseñarles a vivir a diario la teoría de su formación. Concéntrense en ayudarlos a cultivar convicciones, enseñarles a decidir bien ante la presión social o si están en situaciones difíciles y abrir vías de comunicación para que ustedes puedan orientarlos a fin de que superen lo que vayan encontrando. Presentacion de PowerPoint gentileza de Tommy's Window. Michael G. Conner, doctor en sicología (The Family News) Los niños no sólo aprenden de lo que hacen, sino también de lo que ven hacer a sus padres. Es importante darse cuenta de ello, ya que muchos padres ventilan sus conflictos y desacuerdos delante de sus hijos. Medite lo siguiente antes de discrepar o ponerse a discutir en presencia de ellos. Los vínculos emocionales formados entre los padres y los niños hacen que estos noten y adopten los valores, actitudes y comportamiento de sus padres. Los niños confían en las personas con las que se relacionan, e intentan imitarlas y prestarles atención. Pero a diferencia de los adultos, tienden a absorber directamente la actitud de ambos padres. Lo hacen con poca vacilación y sin experiencia. Cuando los padres exponen sus desacuerdos, el impacto psicológico en los niños puede producir incertidumbre, inestabilidad emocional, pensamientos erráticos e hiperactividad. Mientras que a muchos niños no les afectan los desacuerdos leves, otros son más sensibles y propensos a actuar en base de sentimientos confusos. ¿Cómo hacen frente los niños a los puntos de vista conflictivos de sus padres de lo que está bien o está mal? La respuesta es: «No muy bien». El impacto de desacuerdos y conflictos varía mientras los niños crecen. Muchos no se dan cuenta de que los niños comenzarán a no hacer caso de los deseos, valores y actitudes de sus padres cuando discuten y hay situaciones desagradables en su presencia. Los niños suelen pensar: «Si mis padres no son capaces de ponerse de acuerdo, eso quiere decir que soy libre de creer y hacer lo que quiera.» Ambos padres pierden credibilidad cuando discuten delante de sus hijos. La imitación del comportamiento parental es la consecuencia más frustrante de los conflictos y desacuerdos. Los niños no sólo imitan la conducta de sus progenitores, sino que también suelen emprender una escalada competitiva, tratando de superarlos y aprenden a expresarse con un tono, volumen y modo parecidos. Esto explica por qué tantos niños terminan actuando igual que los mismos padres con los no están de acuerdo. No hablar de los problemas antes de que surjan es una de las principales causas de conflictos y desacuerdos entre padres. Muy pocos padres hablan de cómo resolver los problemas hasta que los tienen delante. Más vale prevenir que curar. —No discutan sus problemas de padres delante de sus hijos hasta que hayan hablado ustedes del problema y lo hayan resuelto en privado. Eviten expresar desacuerdos con la opinión del otro en presencia de ellos. —Fijen una propuesta en la que los dos estén de acuerdo. No vale si concuerdan solo para evitar una discusión y después no se apoyan mutuamente. —Decidan lo que esperan de sus hijos antes de que se den situaciones en las que no se pongan de acuerdo. |
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