El obsequio más exquisito que se puede entregar a alguien son unas palabras de aliento. Sin embargo, casi nadie recibe el aliento que necesita para desarrollar plenamente su potencial. Si todos recibieran el aliento que necesitan para crecer, la inventiva de casi cada persona se agudizaría a tal punto que el mundo produciría una abundancia nunca antes imaginada. - Sidney Madwed
* Muy a menudo subestimamos el poder de una caricia, una sonrisa, una palabra bondadosa, de un rato en el que prestamos oído a alguien, de un elogio sincero o de un pequeño acto que manifieste interés por los demás, todo lo cual puede transformar una vida. - Dr. Leo Buscaglia * Charles Schwab, un exitoso empresario, dijo en cierta ocasión: «Aún no encuentro a un hombre, por elevada que sea su posición, que no haga un trabajo todavía mejor y ponga mayor empeño cuando se encuentra en un ambiente de aprobación que bajo una nube de críticas.» Todo el mundo quiere y necesita que se lo elogie por sus logros. Un niño que jugaba a los dardos con su padre le dijo: «Juguemos a los dardos. Yo los lanzo y tú dices “¡buen tiro!”» Eso hace por los demás una persona motivadora. Tendemos a convertirnos en lo que la persona más importante de nuestra vida cree que seremos. Piensa lo mejor, cree lo mejor y expresa lo mejor de tus niños. Tus afirmaciones no solo te harán más atractivo para ellos, sino que cumplirás un importante papel en su desarrollo personal. - John C. Maxwell (Tomado de Be a People Person: Effective Leadership Through Effective Relationships) * La película Con ganas de triunfar (Stand and Deliver) trata sobre la vida de Jaime Escalante, un inmigrante boliviano que enseñaba en un colegio para alumnos de escasos recursos de Los Ángeles. Logró resultados muy destacados con alumnos que eran conocidos por ser particularmente difíciles. Un relato que no aparece en la película es el del «otro Juanito». Escalante tenía a dos alumnos llamados Juanito. Uno siempre obtenía las máximas notas; el otro siempre sacaba malas notas. El estudiante del promedio elevado se llevaba bien con los demás, cooperaba con los maestros, ponía empeño y era querido por todos. El Juanito que sacaba malas notas era hosco, gruñón, no cooperaba, alteraba el orden y en general no gozaba de las simpatías de los demás. Cierta noche, durante una reunión de padres y profesores, una madre se acercó emocionada a Escalante y le preguntó: —¿Cómo le va a mi Juanito? Escalante supuso que la madre del alumno de las malas notas no haría una pregunta así, por lo que describió con grandes elogios al Juanito de las buenas notas, diciendo que era un estupendo alumno, gozaba de muchas simpatías en la clase, cooperaba y trabajaba con empeño y que seguramente llegaría muy lejos en la vida. A la mañana siguiente, Juanito —el de las malas notas— se le acercó a Escalante y le dijo: —Agradezco mucho lo que le dijo a mi madre sobre mí y quiero que sepa que me voy a esforzar para que todo lo que dijo sea cierto. Para fines del periodo el Juanito desaplicado había subido claramente sus notas. Al final del año escolar se encontraba ya entre los alumnos más destacados. Si tratamos a nuestros niños como si fueran el otro Juanito las posibilidades de que mejoren su desempeño aumentarán visiblemente. Alguien dijo con mucha razón que son más las personas que han logrado el éxito gracias a los elogios que las que lo han conseguido merced a los continuos regaños. Nos resta preguntarnos qué ocurriría con todos los demás juanitos del mundo si alguien los encomiara y los ponderara. - Zig Ziglar
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Lo que hay que hacer:
Lo que no hay que hacer:
Tina Kapp
Entre los primeros recuerdos que tengo de mi infancia están los paseos que hacía en el asiento posterior de la motocicleta que conducía mi mamá. Y no eran para dar una vuelta a la manzana. Éramos una familia misionera y vivíamos en países en que ese era el medio de transporte más práctico y económico. (En mi niñez estuve en Hong Kong, Tailandia, Indonesia, Filipinas, Malasia y Singapur.) Sin embargo, aquello no era lo único sui géneris ni excepcional de mi madre. Siempre se esmeraba por aprender todo lo que podía de la cultura del lugar donde vivíamos y amoldarse a ella. Le encantaba comunicarse con la gente en su propio idioma. También era experta en organizar paseos entretenidos de contenido didáctico para nosotros, y nos instaba a probar platos, deportes y costumbres autóctonos. Cuando era una joven adulta me mudé a Uganda, y al cabo de un tiempo mamá se fue a vivir conmigo. Fue increíble lo rápido que se adaptó a África después de haber vivido numerosos años en Japón. Como siempre, se mostraba ansiosa por aprender cosas nuevas, estudiar los dialectos locales y familiarizarse lo más posible con la cultura ugandesa. Al poco tiempo ya saludaba a los vendedores ambulantes en su propia jerga. Llegó a conocer bien a todos nuestros vecinos ugandeses, inclusive detalles relacionados con los estudios e intereses de sus hijos. Nunca vacilaba a la hora de ayudar a un amigo o desconocido que padecía necesidad. Tampoco había perdido su faceta divertida y ligeramente temeraria. En sus días libres se iba hasta el Lago Victoria en su moto todoterreno, alquilaba motocicletas para que los demás aprendiéramos a manejarlas, o se dedicaba a una de sus actividades preferidas: andar en kayak por el Nilo. Según lo veo yo, las mejores madres no son necesariamente perfectas cocineras y amas de casa, pero aman a sus hijos de corazón, a su manera. Su coherencia con lo que predican es ejemplar, y no tienen miedo de dejar que sus hijos prueben cosas nuevas y desarrollen su propio modo de ser. Y en el ínterin, disfrutan de la vida como ellas solas. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Una presentación en powerpoint, dedicado a las madres en todas partes. ¡Feliz Día de la Madre! La buena comunicación con cualquier persona - con tu cónyuge, tu jefe, tus compañeros de trabajo, tus hijos, tus padres o tus amigos - depende de unos pocos principios fundamentales que rigen las relaciones humanas. Si aprendes a aplicarlos, tienes grandes posibilidades de que tus relaciones sean felices y productivas. Sinceridad. La buena comunicación se basa en el respeto mutuo, y éste va de la mano con la sinceridad. Tacto. Aunque es imperativo ser sincero, también es importante expresarse de forma cuidadosa y considerada, sobre todo cuando se trata de temas delicados. Prudencia. La prudencia te enseña a tener tacto. Amor. Cuando un niño se siente amada o percibe que sus padres se preocupan por él, ve todo lo demás en su debida perspectiva. Puede que no hagamos ni digamos todo a la perfección; pero si los niños ven que estamos motivados por el amor, los problemas o malentendidos de poca monta no pasan a mayores. Optimismo. El afrontar las cosas con una actitud positiva normalmente suscita una reacción igualmente positiva. Los elogios y las palabras de aliento siempre son bienvenidos. Sentido de la oportunidad. Lo que se dice es tan importante como el momento que se escoge para decirlo. «El corazón del sabio discierne el tiempo y el juicio» (Eclesiastés 8:5). Sensibilidad. En vez de estar muy preocupado de las propias necesidades y sentimientos, y en consecuencia ser propenso a ofenderse con facilidad, es preferible ser sensible a lo que complace o desagrada a los demás, sus necesidades y estados de ánimo. Amplitud de miras. Las opiniones de las personas y su manera de abordar los problemas son tan diversas como las personas mismas. El hacer a un lado nuestros pensamientos y guardar silencio hasta que la otra persona haya expresado lo que piensa es una manifestación de respeto, y propicia los intercambios positivos y fructíferos. Un niño se siente mucho más cómoda con nosotros y acude a pedirnos consejo si sabe que la escucharemos, aunque no siempre coincidamos con él. Empatía. Ponte en el lugar de tus hijos y procura entender los sentimientos que motivan sus palabras. Paciencia. A veces resulta difícil escuchar lo que los niños quieren decir sin interrumpirlos, ni tratar de apurarlos, ni terminar las frases por ellos. Sin embargo, es una demostración de amor y respeto, que a la larga da fruto. Sentido del humor. Unas risas pueden ser muy oportunas para evitar que un intercambio dificultoso se torne demasiado intenso. No te tomes las cosas a la tremenda. Mostrarse accesible. El diccionario define a una persona accesible como «de fácil acceso o trato». Claridad. Habría menos malentendidos entre las personas si éstas se dejaran de indirectas y de tantas insinuaciones. No dejes a tu hijo tratando de adivinar lo que piensas: dilo sin rodeos. Si no estás seguro de que entendió lo que querías decir, pregúntaselo. Esfuerzo. A veces cuesta trabajo comunicarse, pero bien vale la pena por los beneficios que reporta. Constancia. Padres y niños que se comunican con frecuencia se entienden mejor y tienen mayores probabilidades de resolver sus diferencias en cuanto surgen. Artículo original gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. ![]() La sencillez del experimento llevado a cabo en el centro de cuidados diurnos y la crudeza de los resultados dejó a los padres atónitos. Cuando un curso de niños de entre dos y cinco años vieron en televisión el programa «Barney», el dinosaurio violeta de corazón tierno, cantaron con él, marcharon con él, se tomaron de la mano y rieron juntos. Al día siguiente, la misma clase vio un capítulo de los agresivos jóvenes «Power Rangers». Al cabo de apenas unos minutos ya estaban pegándose golpes de karate y dando patadas voladoras al aire y unos a otros. «Aunque el contenido de esos programas no es educativo, nuestros hijos aprenden de ellos, porque los niños siempre están aprendiendo», dice David Walsh, del National Institute on Media and the Family (Instituto Nacional para el estudio de los medios y la familia), que condujo el experimento. Según un estudio de la violencia en la televisión llevado a cabo a escala nacional —tanto en la televisión abierta como en los canales de cable— las escenas de violencia que se transmiten en los horarios de mayor teleaudiencia se han incrementado desde 1994. El estudio arrojó también el resultado que la forma en que se presenta la violencia en muchos casos —exaltada, aséptica y sin consecuencias negativas— supone un grave riesgo para los niños. «Esos patrones enseñan a los niños que la violencia es deseable, necesaria e indolora», dice Dale Kunkel, de la Universidad de California (Santa Bárbara) donde se condujo el estudio. ***** Los niños imitan lo que ven y escuchan, y por naturaleza tienden a copiar lo negativo. Los más pequeños, sobre todo, no siempre son capaces de distinguir entre el bien y el mal, y les resulta aún más difícil cuando se ensalza a los culpables de conductas réprobas haciéndolos parecer envidiables y buenos en otros sentidos. Los muestran bien parecidos, prósperos, simpáticos, más listos que las personas mayores y con plena libertad para hacer lo que les plazca. Los niños se encuentran en un proceso de formación de los valores sobre los cuales fundamentarán su conducta el resto de su vida. Es obligación de los padres orientarlos a través de ese proceso. Los cabezas de familia están faltando a su deber si dejan a sus hijos ver lo que quieran en la televisión sin ningún tipo de orientación ni explicación sobre lo que es y lo que no es socialmente aceptable. Eso vale también para los programas orientados a los niños, incluidos los que ostentan la etiqueta de didácticos. El solo hecho de que una película o serie de televisión esté catalogada de apta para niños no significa que sea buena para los tuyos. Corresponde a los padres tomar esa decisión. Ellos tienen también el deber de apartar a sus hijos de lo negativo, ya sea evitando exponerlos a esas influencias, o bien explicándoles por qué son perjudiciales y no conviene imitarlas. Los padres de familia debemos revisar detenidamente las influencias a las que están expuestos nuestros hijos y decidir si esos son los modelos de conducta que queremos para ellos. No olvidemos que el día de mañana ellos serán el producto de lo que vean, escuchen y emulen hoy. – D.B. Berg La mayoría de las personas mayores han observado a un niño jugando alegremente y por un momento desearon volver a ser como él. Se lo ve tranquilo y contento. No tiene nada de qué preocuparse. Los niños se ríen con facilidad, disfrutan de lo que hacen y se entusiasman con cosas muy sencillas. Por lo general, sus preocupaciones son de poca monta y muy temporales y muy pocas veces duran más de unos minutos, o a lo máximo una hora. Probablemente pasen mucho más tiempo que ustedes disfrutando contentos y metidos en lo que están haciendo.
¿Por qué a los niños se los ve mucho más tranquilos? Es evidente que tienen mucho menos trabajo, pero en realidad esa no es la causa raíz. Lo que les da mucha más paz interior no es tanto la ausencia de trabajo como la casi completa ausencia de aprensión por el futuro. Cuanto más pequeños son los niños, menos propensión tienen a preocuparse por el futuro. Cuando crecen, enfrentan más problemas y presiones. En poco tiempo ya se preocupan por su boletín de calificaciones, después empiezan a mirarse al espejo y preguntarse si serán feos cuando crezcan. Al acercarse a la edad adulta, se acumulan las preocupaciones sobre el futuro, y en algunos casos empiezan a opacar el entusiasmo por las cosas sencillas de la vida. Antes de darse cuenta ya se convirtieron en personas mayores con plenas responsabilidades, muchas aprensiones y preocupaciones. Lamentablemente, el miedo y la preocupación por el futuro se convierten en parte de la vida adulta a diferentes niveles, pues depende de la medida en que la persona sea propensa a preocuparse. Algunos tienen más responsabilidades y por tanto, más de qué preocuparse. Otros se preocupan más porque es su personalidad. Otros temen y se preocupan por experiencias negativas que han tenido. El caso es que todo el mundo se preocupa de vez en cuando. Todos tienen que lidiar periódicamente con temores y aprensiones, ya sea en torno a su trabajo, sus hijos, su salud o su empleo. Está claro que no puedes volverte niño hasta tal punto que te desentiendas de todas tus obligaciones y de tu trabajo y pasar todo el día en juegos de simulación o imitación, pero sí que puedes aprender del ejemplo de los niños de vivir más el momento y disfrutar de las cosas sencillas de la vida. A continuación enumero algunos ejemplos de alegrías sencillas que suelen pasar inadvertidas:
Respira hondo. Otra vez. Por unos momentos piensa en algo bonito. Olvídate de tus problemas. Olvídate del día. Aprecia las cosas buenas de la vida. ¿Verdad que te sientes mejor? Si aún no te sientes más a gusto, te sentirás así cuando seas más como un niño y te habitúes a disfrutar de los placeres sencillos de la vida. Disfrute la vida de principio a fin, no en ratos breves e intensos. Pasa tiempo riendo con los demás y amándolos, no dándoles órdenes, resolviendo problemas ni compitiendo con ellos. Ama, viva y disfruta de algo cada día. ¡Todos los días! © TFI. Usado con permiso. ![]() Un niñito, tierno y puro, es una manifestación del amor de Dios y uno de los regalos más valiosos que puede recibir una persona. En realidad, los hijos no son nuestros; pero Él nos los encomienda y quiere que los amemos y los formemos. Son regalos de Dios que requieren nuestros cuidados, cual flores de nuestro jardín. Son obsequios divinos, sí; pero también una tarea que Él nos encarga. Dios, como Padre, nos da ejemplo de cómo quiere que nos conduzcamos nosotros con nuestros hijos. Es justo, misericordioso, amoroso y paciente; pero también firme cuando ve que nos descarriamos. Aunque es un Dios de amor, es también un excelente Padre, que sabe corregirnos cuando nos hace falta. Al ofrecer un buen ejemplo a nuestros hijos y formarlos, educarlos y orientarlos como es debido, les damos un bagaje para toda la vida. «Instruye al niño en su camino, y ni aun de viejo se apartará de él» (Proverbios 22:6, RV95). «Todos tus hijos serán enseñados por el Señor, y se multiplicará la paz de tus hijos» (Isaías 54:13). - David Berg, gentileza de la revista Conectate. Chalsey Dooley
Aquella sonrisa de mi bebito era una nimiedad. Sin embargo, modificó mi perspectiva de la vida. Al despertarse y mirarme, vio lo que más importancia tiene para él en todo el mundo: ¡yo! No le importó que hubiera que cambiarle el pañal, ni que mi pantalón de pijama no combinara con la blusa, ni que estuviera toda despeinada. Simplemente me quiere y desea estar conmigo. No necesita perfección; el amor lo pone todo en su debida perspectiva. En ese momento en que lo tomé en brazos y me impregné del amor que irradiaba se me esclareció algo que me había preguntado un rato antes. La falta de perfección en la vida es algo que siempre me ha molestado. Cuando alguien dice o hace algo que me contraría, suelo argumentar: «¿Por qué tiene que haber choques de personalidad, descuidos, altas de consideración, injusticias, desaires, pesimismo? ¡Son cosas que suceden todos los días y están mal! ¡Ojalá no existieran! Si todo el mundo —incluida yo misma— se condujera como es debido, mi vida sería toda dicha y perfección». Consideraba que la perfección era lo único que alguna vez aliviaría mis irritaciones. Pero a la vez sabía que eso nunca se daría. La vida es así. Necesitaba otra solución. Cuanto más cavilaba, más me daba cuenta de que lo que en realidad quería era que el mundo girara en torno a mí, mis deseos, sentimientos, preferencias y prioridades. Algo tenía que cambiar, y en este caso, cualesquiera que fueran las faltas de los demás, la que tenía que cambiar era yo. Pero, ¿cómo? Ya lo había intentado antes. Aquella mañana, mientras tenía en brazos a mi bebé, una voz me susurró: «¿Te habría gustado que tu bebé fuera perfecto de nacimiento?» Al sopesar esa idea, comprendí que nada me habría desagradado más. De haber podido él caminar y correr desde el día en que nació, nunca habría podido yo disfrutar de la expresión de emoción que se dibujó en su carita el día que logró dar sus primeros pasos. Además me habría perdido ese singular sentimiento de tenerlo en brazos sabiendo que dependía enteramente de mí. De haber podido hablar perfectamente bien desde el día en que nació, jamás habría podido yo experimentar la alegría de oírlo decir su primera palabra. Si supiera todo lo que sabe una persona mayor, nunca habría podido verlo pasmado ante algún descubrimiento, y nunca habría tenido la dicha de enseñarle algo nuevo. Me habría perdido muchísimas cosas. En realidad sus imperfecciones lo hacen perfecto. ¡No querría que fuera distinto! Entonces me pregunté: «¿Qué hace que su imperfección sea diferente de todas las otras imperfecciones que me rodean?» La respuesta no podía ser más clara: «El amor». ¡Eso es! Eso es lo que me falta. Eso es lo que más preciso para enfrentar con valor y alegría los problemas que quisiera que no existieran. Me dije: «Imagínate todo lo que te perderías si tú y los que te rodean fueran perfectos desde el comienzo. Te perderías ese aspecto imprevisible y sorpresivo de la vida; la dicha de perdonar y ser perdonada; los estrechos vínculos de amistad que se forman en medio de la adversidad, y las cualidades que se cultivan también en esas situaciones». Me di cuenta de que añadir pensamientos negativos a una situación ya de por sí negativa nunca da resultados positivos. En ese momento me propuse buscar y descubrir las oportunidades y experiencias positivas que se ocultan detrás de la máscara de la imperfección. Más tarde aquel mismo día mi bebito no podía dormir. Decidí entonces sacarle provecho a una situación difícil poniendo en práctica lo que acababa de aprender. Hice a un lado lo que a mi juicio era lo mejor para él y para mí en ese momento, y mi marido y yo nos tomamos un rato para cantar y reír con él. Fue un momento perfectamente feliz que todos nos habríamos perdido si aquel día todo hubiera salido perfecto. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. ![]() Jay Phillips Hoy fui a caminar con los niños de unos amigos. Paseamos por el campo en los alrededores del pueblo donde vivimos. Es una zona agrícola con senderos de tierra y bosquecillos. El tiempo era estupendo; así que fue una buena oportunidad de que los niños respiraran aire puro e hicieran ejercicio, mientras corrían por allí buscando insectos y otros animalitos que abundan en la primavera y el verano. En medio de la naturaleza da la impresión de que el tiempo se detuviera; por lo menos hasta que los niños gritan entusiasmados: «¡Una mariquita!» o: «¡Una araña!» Pero hasta esas alertas repentinas están bien, porque por lo general me bastan unos minutos de tranquilidad para despejarme la cabeza. Entonces no me importa correr a fotografiar el último bicho interesante que han descubierto y vivir ese instante con unos chiquillos tan curiosos. Cuando Jesús dijo que si no nos volvemos como niños no podremos entrar al Reino de los Cielos (Mateo 18:3), tal vez no se refería solamente al Cielo venidero, sino también a la tranquilidad y el adelanto de cielo que sentimos en el corazón en esta vida durante un rato en que dejamos las preocupaciones de lado y nos sintonizamos con la voz de Dios, que nos habla por medio de Su creación. Los niños que estaban conmigo lo hacían con naturalidad. No estaban preocupados por tareas que hubiera que hacer al volver a casa ni por cuentas que hubiera que pagar. Sencillamente rebosaban de energía y estaban ilusionados y contentos de que una persona mayor los acompañara y tomara fotos de lo que hacían. Con mayor razón deberíamos tener la gran tranquilidad de saber que el de Arriba nos cuida y que, sin duda, también toma fotos de nuestra vida. |
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