La infancia se da una vez en la vida y no vuelve. Y justamente en esos años se forma el carácter. Podemos optar por dar a nuestros hijos oportunidades de descubrir sus talentos y cultivar hábitos físicos, mentales y espirituales sanos que les duren toda la vida. O bien, podemos dejar que se pierdan esos momentos inapreciables porque estamos demasiado atareados por no tener claro el orden de prioridades, o por pasar demasiado tiempo en formas de entretenimiento que nos impidan relacionarnos.
*** Los niños necesitan una actividad, les hacen falta otros medios de desarrollarse además de lo que puedan aprender de los videos. Desgraciadamente, en la vida actual de los niños, otras actividades son cada vez más escasas. Los niños necesitan tener un equilibrio en su vida, aunque eso signifique limitar el tiempo que pasen cada día o cada semana mirando videos o ante la computadora. Aunque la sociedad en general sigue ese rumbo, no olviden que el efecto de lo que enseñen a los niños pequeños durará toda la vida. *** Al pensar en los años preescolares nos acordamos de las siestas, de los juegos en cajas de arena y de cuando aprendimos a contar. En la actualidad, los dedos de los niños escriben en un teclado y hacen clic con el ratón, y eso también es parte de la experiencia educativa inicial. Sin embargo, hay críticos que afirman que si los niños empiezan a utilizar computadoras a una edad muy temprana pueden verse perjudicadas capacidades mentales importantes como la atención auditiva y visual y la facilidad de concentración. Según una educadora el empleo de computadoras puede alterar el desarrollo del cerebro del niño. «Con la computadora no se ejercitan el cerebro y el cuerpo conjuntamente como ocurre en un juego normal de niños», sostiene dicha educadora, la sicopedagoga y escritora Jane Healy. Según ella, para los niños, aprender a atrapar, lanzar y escalar son destrezas que tienen más importancia que manipular un ratón de un computador. Es más importante que aprendan a expresarse y a jugar con imaginación. Por ejemplo, si se toma una pinza para ropa y se emplean las manos a fin de confeccionar una muñeca, se estimulará más el ingenio que si se hace clic en la pantalla para elegir el color de pelo de una muñeca. «Los niños están hechos para aprender con avidez, no para esperar a que aparezca la siguiente imagen en la pantalla», sostiene Healy. «El niño necesita imaginar algo por sí mismo sin íconos diseñados de antemano». Healy puntualiza que cultivar una buena capacidad de relacionarse es también muy importante en la edad preescolar. Si el niño vive pegado a la pantalla dedicará menos tiempo a aprender a relacionarse, conversar y expresarse. (Tomado de un artículo de Katie Dean publicado en la revista Wired.)
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![]() Observaba a unos niños que jugaban fútbol; los más pequeños tendrían cinco o seis años, y algunos eran un poco mayores. Se tomaban el partido muy en serio. Eran dos equipos completos con entrenadores, camiseta y todo, y los padres, que eran parte del público. Como no conocía a ninguno, disfruté del partido sin la distracción de preocuparme por el resultado del encuentro. Lo único que me habría gustado era que los padres y los entrenadores hubieran hecho lo mismo que yo. Los equipos estaban bien distribuidos. Por llamarlos de alguna manera, me referiré a ellos como Equipo Uno y Equipo Dos. En el primer tiempo nadie marcó un gol. Era bastante gracioso. Los chiquillos eran torpes y serios a la vez como solo pueden serlo los niños. Tropezaban con sus propios pies, se caían encima de la pelota y la pateaban sin llegar a tocarla. Pero nada de eso les importaba; ¡se lo estaban pasando en grande! Para el segundo tiempo, el entrenador del Equipo Uno retiró a los que debían de ser sus mejores jugadores y sacó a los de reserva. Solo dejó al mejor, al que puso de portero. El partido experimentó un giro dramático. Será que ganar es importante aunque se tengan cinco años, porque el entrenador del Equipo Dos dejó a sus mejores jugadores, y los suplentes del Equipo Uno no podían competir con ellos. Los jugadores del Equipo Dos se concentraron en torno al chico de la portería contraria. Era bastante bueno para su edad, pero no podía con tres o cuatro que eran tan buenos como él. El Equipo Dos empezó a meter goles. El solitario guardameta puso todo su empeño, tirándose sin parar hacia la pelota cada vez que esta se acercaba al arco, lanzándose de modo temerario e intentando con valentía detenerla. El Equipo Dos metió dos goles consecutivos. El pequeño arquero se enfureció. Fuera de sí, gritaba, corría y se arrojaba con todas sus fuerzas. En un esfuerzo supremo, consiguió por fin marcar a uno de los chicos que se acercaba a la meta. Pero este pasó el balón a otro que estaba cerca y, cuando volvió a su posición, ya era tarde. Metieron el tercer gol. No tardé en darme cuenta de quiénes eran los padres del portero. Parecían personas agradables y decentes. Se veía que el padre venía de la oficina, pues andaba de traje y corbata. Los padres animaban a su hijo con voces. Yo estaba embebido contemplando al chico en la cancha y a sus padres a un lado del campo de juego. Después del tercer gol, el niño ya no era el mismo. Se daba cuenta de que no tenía caso; no lograría detener los goles. Siguió jugando, pero se veía que interiormente estaba desesperado. Se le notaba en el rostro que estaba convencido de que todos sus esfuerzos serían inútiles. El padre también cambió. Hasta ese momento había instado a su hijo a esforzarse más, le daba consejos a voces y lo animaba. Ahora se veía ansioso. Intentó decirle que no se preocupara ni se diera por vencido. Sufría por el dolor que sabía que experimentaba su hijo. Luego del cuarto gol, adiviné lo que pasaría a continuación. No era la primera vez que lo presenciaba. El niño necesitaba ayuda y no era posible dársela. Sacó la pelota del arco, se la entregó al árbitro y se puso a llorar. Se quedó allí de pie mientras le rodaban gruesos lagrimones por las mejillas. Luego se puso de rodillas y vi que el padre se acercaba a la cancha. La esposa lo asió de la muñeca y le suplicó: —Jim, no lo hagas. Lo vas a avergonzar. El padre se soltó y corrió hacia el campo de juego. No debía hacerlo, porque el partido no había terminado. Iba vestido de traje, corbata y zapatos finos. Se lanzó hacia la cancha y tomó en brazos al niño. En ese momento todos comprendieron que era su hijo. ¡Lo abrazó, lo besó y lloró con él! Jamás me he sentido tan orgulloso de nadie como me enorgullecí en aquel momento de ese padre. Lo sacó en brazos del terreno de juego. Cuando llegaron cerca de la línea de banda, alcancé a oír que le decía: —Estoy orgulloso de ti. Has estado fabuloso. Quiero que todos sepan que eres hijo mío. —Papá —contestó el niño entre sollozos—, no podía parar los goles. Hacía lo que podía, pero me los metían. — Scotty, da igual cuántos goles te hayan metido. Eres mi hijo y estoy orgulloso de ti. Quiero que vuelvas a la cancha y te quedes hasta el final del partido. Ya sé que quieres darte por vencido, pero no puedes. Te van a seguir metiendo goles, pero no importa. Anda, ve. Aquellas palabras fueron decisivas; no me cupo duda de ello. Cuando no tenemos a nadie que nos ayude y no podemos evitar que nos metan un gol tras otro, es muy importante saber que ello no importará a nuestros seres queridos. El chiquillo volvió corriendo al campo de juego. El Equipo Dos metió dos goles más, pero ya no era tan trágico. Greg Lucas
La tragedia de la discapacidad no es la discapacidad en sí, sino el aislamiento que a menudo conlleva. Es una de las mayores lecciones que tuvimos que aprender como familia. Desafortunadamente, tuvimos que aprenderla a las malas. Pero las enseñanzas más difíciles por lo general conducen a una mayor comprensión y en los últimos años tuvimos la maravillosa oportunidad de crecer en sabiduría al aprender de diversas familias de varias comunidades. Si bien aún queda mucho por descubrir al respecto, a continuación enumeramos 7 premisas útiles extraídas de la comunidad de los discapacitados, las cuales han tenido un profundo impacto en nuestra familia. 1. Dios es soberano y bueno a la vez. Cuando se nos entrega un niño con una grave discapacidad, es imprescindible que podamos ver en él la mano y obra de un Dios soberano en el seno de nuestra familia. Las Escrituras establecen que ese niño no es producto de un accidente ni es una tragedia, sino que fue maravillosamente formado a propósito y conforme a un diseño del plan de Dios desde la fundación de la tierra (Salmos 139:13–17; Efesios 1:3–12). La discapacidad no es una maldición; es la bondad y la gracia de Dios ampliadas de formas que muchas familias convencionales nunca llegan a conocer. 2. Hay una razón por la cual uno forma parte de una comunidad así. Hasta que empecé a compartir nuestras experiencias, me resultó muy difícil darme cuenta del propósito y posibilidades del sufrimiento y tribulaciones de nuestra familia. 2 Corintios 1:3–7 cobró vida para nosotros durante esa época. El sufrimiento nos conduce a la íntima presencia de Dios donde tiene lugar el más dulce de los consuelos. Pero no se nos consuela para estar cómodos; se nos consuela para que seamos consoladores. Cada episodio de nuestra experiencia como familia en torno a la discapacidad fue una muestra de la gracia de Dios para que la compartiéramos con aquellos que necesitan con urgencia Su consolación. 3. La discapacidad amplía nuestra perspectiva del gozo por las cosas insignificantes. La mayoría de las familias que conviven con la discapacidad les dirán que algunas de sus mayores victorias fueron momentos que la mayoría de las familias comunes y corrientes dan por sentado. Recuerdo la primera vez que nuestro hijo pudo utilizar el baño en un establecimiento público (tenía 17 años). Acabábamos de entrar a Walmart y Jake me tomó de la mano y me llevó a los baños para hombres. Se bajó los pantalones y trató de orinar en el inodoro. La dirección le falló por completo; se orinó sobre la tapa, el piso, la pared y el cubículo. ¡Pero no se orinó en los pantalones! Nos pusimos a reír, aplaudir, gritar y a alabar a Dios en un cubículo todo orinado de un baño de un Walmart. La mayoría de las personas no llega a entender la enormidad de aquella victoria, pero la discapacidad a menudo nos permite ver cosas que los demás no pueden ver. Es un don maravilloso. 4. La comunidad nos aporta una muy necesaria objetividad. Como mencioné anteriormente, el peligro de la discapacidad es el aislamiento. El peligro del aislamiento es la idolatría (así es, nuestros hijos discapacitados pueden convertirse en ídolos). La bendición de la comunidad es que nos aporta objetividad. Todos necesitamos ser objetivos para no caer en la autocompasión y el egocentrismo. Justo cuando uno empieza a pensar que nadie sufre mayores penurias que las de la familia de uno, se topa con una madre soltera con un par de mellizos con grave autismo. Y justo cuando la madre soltera piensa que no puede seguir adelante, se encuentra con una abuela que trata de criar a una niña de 10 años que tiene síndrome de alcohol fetal. La abuela de pronto ve una pareja joven que trata de alimentar en medio de episodios compulsivos con un tubo a un niño que no responde. Estas familias están aprendiendo de las demás algo tremendamente valioso: La objetividad redirecciona nuestro enfoque introspectivo hacia la comunidad externa. Y al interior de la comunidad, la discapacidad se convierte en un ministerio. 5. Los hombres que son abiertamente francos por lo general son minoría. Aunque no siempre es así, a menudo en lo que respecta al liderazgo de la familia, las mujeres son las defensoras más prominentes de sus hijos discapacitados. La tenacidad de una madre parece ser la reacción más natural ante dicha condición en un hijo (más les vale no meterse con «Mamá oso»), pero cuando dicha tenacidad proviene de un padre indiferente o desilusionado, puede dar lugar a una debilidad desigual dentro de la estructura familiar. Una familia que convive con la discapacidad necesita de un padre que sea confiable. Dicha confiabilidad a menudo se cultiva y fortalece a través de otros hombres masculinos dentro de la comunidad de personas discapacitadas. 6. Cuando el matrimonio le cede la prioridad a la discapacidad, termina en el último lugar. Como reza el dicho: «La mejor manera de amar a tus hijos es amando a tu mujer». Aunque muy pocas parejas admiten que niegan esta verdad en principio, muchos lo hacen en la práctica. Las buenas intenciones, a menos que exista una inquebrantable voluntad para aplicar este principio, deterioran el matrimonio. El incesante cuidado de un niño con discapacidad, sumado al cuidado de otros niños del hogar que no las tienen, además de las horas extras que hay que trabajar para atender el pago de cuentas médicas y terapéuticas, sumado al estrés, la depresión y la fatiga, no contribuyen al mantenimiento del matrimonio. Un matrimonio al que no se le hace mantenimiento es como un carro que tiene una fuga de aceite. Tarde o temprano los cilindros ceden, el motor se funde y el daño causado es irreversible. Hagan todo lo que puedan para encontrar espacios en medio de su apretada agenda para pasar ratos de calidad con el cónyuge. Esposos: no esperen a que sus esposas se lo soliciten; tomen la iniciativa. Puede ser algo tan complejo como planificar un momento de respiro mediante una cita cada dos semanas, o tan sencillo como finalizar cada jornada sentados en el sofá riéndose (o llorando) mientras pasan revista a los acontecimientos del día. Aparte de los momentos de intimidad con el Señor y Su Palabra, es lo más eficaz que pueden hacer para evitar que la familia se convierta en la lamentable estadística alternativa. 7. Los niños que tienen un hermano discapacitado de ninguna forma son comunes y corrientes. Cuanto más tiempo paso con niños que tienen hermanos discapacitados, más me doy cuenta de que no son comunes y corrientes. He podido observar con asombro a hermanos y hermanas de niños discapacitados afrontando situaciones difíciles con un heroísmo que rivaliza con el de soldados, bomberos y policías. He visto a adolescentes torpes y retrasados descubrir el don y vocación maravillosos de estos chicos como cuidadores compasivos. Y muchas veces cuando empecé a sentir lástima por uno de esos niños sin discapacidad pude sentir el suave regaño del Señor que me decía: «Presta atención. Estoy haciendo algo increíble en la vida de este chico al convertirlo en la imagen de Mi Hijo.» No hay colegio —público o privado— que pueda impartir las lecciones de vida que se aprenden en la escuela de la discapacidad. Puedo afirmar sin lugar a dudas que mis hijos llegarán a ser mejores hombres gracias a su relación con su hermano discapacitado. La convivencia con Jake no solo los ha preparado para las más duras pruebas, sino que les ha permitido adquirir una profunda sensibilidad para reconocer la mano intencional de Dios en los detalles más pequeños de la vida. ¡Qué don más extraordinario ha sido su hermano! Estas enseñanzas están lejos de ser exhaustivas. Se siguen dando y desarrollando a nuestro alrededor. La apremiante búsqueda y el lozano descubrimiento de cada perla de sabiduría fortalecen nuestra familia y nos permiten verterla sobre la vida de los demás. Si están leyendo este artículo y son nuevos en la comunidad de los discapacitados, ¡bienvenidos a la familia! Es una jornada maravillosa, gloriosa, impresionante, que les abrirá los ojos a las cosas más preciadas de la vida a medida que se acercan cada vez más a la verdad más preciada durante la eternidad. Tomado de http://sheepdogger.blogspot.com/2012/02/7-lessons-from-community-of-disability.html. Curtis Peter van Gorder Emily Nash es una norteamericana que emplea el arte y el teatro como terapia. Asistí a un seminario suyo en el que relató su experiencia en un centro de tratamiento de niños y jóvenes afectados por diversos traumas. Los muchachos que asistían a su clase muchas veces se mostraban belicosos, propensos a conductas destructivas y a infligirse daño a sí mismos. Eran además incapaces de confiar en la gente mayor y en sus mismos compañeros. Casi todos tenían un historial de graves abusos y abandono emocional. Por norma manifestaban una actitud negativa en clase, lo que se reflejaba en su lenguaje soez y sus gestos groseros. Sentados en círculo, tal como se suelen hacer las terapias grupales, algunos expresaban su agresividad con afirmaciones por el estilo de: «Detesto estar aquí», o: «¡No soporto esto!» -Muy bien -dijo Emily-; pero ¿por qué? Y le pidió a cada uno una respuesta. -¡No hay respeto! -¡Estos estúpidos se ríen de mí! -¡Nadie me escucha! -¡Demasiadas peleas! Después de escuchar sus motivos, Emily explicó: -Yo interpreto que lo que ustedes detestan no es esta clase, sino vivir en un lugar en el que las personas desconfían, se pelean, no se respetan y se burlan de los que no les caen bien. Todos asintieron como diciendo: «¡Por fin alguien nos presta atención!» -¿Qué tal -planteó ella- si creáramos un ambiente en el que se sintieran respetados, un pequeño mundo en el que sus necesidades estuvieran satisfechas y se sintieran seguros? ¿Cómo sería ese mundo? ¡Creémoslo juntos! Eso estimuló la imaginación de los muchachos. -¡Llamémoslo Parkville! -propuso uno. A todos les gustó la idea. El proyecto Parkville cobró fuerza y duró seis meses. La clase confeccionó un cartel que rezaba: «¡Bienvenido a Parkville, donde todas tus necesidades están cubiertas!» Dibujaron un mapa de suciudad en el que incluyeron sitios de interés que reflejaban lo que querían para su localidad. Eligieron a algunos de los chicos para desempeñar diversas funciones en la ciudad: el alcalde, el rector del colegio, el director de la academia de arte, el dueño y chef del restaurante, el gerente de la tienda de videos, etc. Organizaron eventos especiales. Buscaron soluciones a los problemas de la ciudad en reuniones del consejo municipal. Todos dijeron que les encantaría vivir en un lugar así. Muchas expresivas obras artísticas nacieron de la concepción de aquella idílica ciudad imaginaria. El primer paso fue lograr que los jóvenes se abrieran y participaran. Para ello Emily les hacía preguntas y escuchaba atenta y respetuosamente sus respuestas, aunque al principio fueran bastante negativas. El siguiente paso fue estimularlos a canalizar sus energías en proyectos constructivos que despertaran su interés. Emily explica el éxito de Parkville: El proyecto dio a aquellos jóvenes ocasión de experimentar la vida en una colectividad que funcionaba. Para muchos, esa era la primera vez que hacían algo así. Y valió la pena, aunque solo fuera durante su permanencia en el centro. Crearon un entorno solidario en el que podían expresar sus necesidades y en el que los demás prestaban atención y actuaban en consecuencia, una ciudad edificada sobre la base del respeto y la concordia, un mundo de oportunidades. En ese juego de roles descubrieron que podían ser ciudadanos de bien y hacer un aporte a la sociedad. Se relajaron las limitaciones que ellos mismos se imponían y cultivaron nuevos talentos y aptitudes. Un joven que tenía una conducta muy destructiva se convirtió en un referente, un padre cariñoso y una persona muy valiosa para la comunidad. Hoy en día se emplean diversos métodos para formar y orientar a los jóvenes apelando a sus intereses; por ejemplo, programas deportivos, arteterapia, dramaterapia y trabajos colectivos. Gracias a estas actividades, los jóvenes adquieren destrezas que les servirán toda la vida y un concepto positivo de sí mismos. Cuando los ayudamos a definir sus objetivos y superar los obstáculos con que se topan, contribuimos a que se desarrollen plenamente. Curtis Peter van Gorder es integrante de La Familia Internacional en Oriente Medio. Emily Nash es terapeuta y está afiliada a The ArtReach Foundation, organización que capacita a docentes de zonas afectadas por la guerra y las catástrofes naturales en el empleo de terapias de creación y expresión artística. Articulo gentileza de la revista Conectate. Petra Laila Ahora que Chris, mi hijo mayor, tiene 13 años, he descubierto que tengo que cambiar mi estilo de comunicarme con él. Ya no es el niño de hace unos pocos años. De golpe está más alto que yo. ¡Cómo ha pasado el tiempo! Si parece que apenas ayer era un inquieto chiquillo de dos años que se metía en todo. Yo instintivamente -me imagino que eso les sucede a muchos padres- tiendo a pensar que sé lo que más conviene a mis hijos, y baso mis actos en ese suposición. Eso estaba bien cuando Chris era pequeño; pero ahora que ha llegado a una etapa en que quiere reafirmar su identidad y tomar más sus propias decisiones, veo que tengo que adoptar otra táctica y darle más participación en las mismas, es decir, tratarlo menos como a un niño y más como a un compañero de equipo. Ahora, cuando surge una situación conflictiva, cobra más importancia que nunca tomarme tiempo para escuchar su parecer y entender su punto de vista y sus necesidades, además de explicar las mías. Juntos tratamos de encontrar entonces una solución que resulte satisfactoria para ambos y para cualquier otra persona afectada. Cuando caigo en mi vieja costumbre de imponerle mi parecer sin considerar su perspectiva, el chico se siente sofocado, se retrae y lo privo de una oportunidad de aprender. Por mi parte, yo pierdo su apoyo y su deseo de colaborar. En cambio, cuando me acuerdo de consultar con él en vez de darle órdenes, todo resulta mejor. El muchacho progresa un poquito más en el proceso de aprender a tomar decisiones atinadas, maduras y amorosas, y nuestros vínculos de amor y respeto mutuo se ven fortalecidos. *** Se puede establecer una analogía entre el acróbata que se desplaza sobre una cuerda floja a gran altura y la transición entre la niñez y la edad adulta. En esas circunstancias, los adolescentes necesitan una compañía, un sostén, un modelo claro de conducta, que puede ser uno de los padres u otra persona de su entorno a la que respeten. Cuando mis cuatro primeros hijos desembarcaron en la adolescencia, yo procuré aconsejarlos y orientarlos. No obstante, dejaba que, en definitiva, ellos decidieran lo que iban a hacer. Muchas veces pretendían que su madre o yo decidiéramos por ellos, para eludir toda responsabilidad en caso de que las cosas no salieran bien. Yo me limitaba a decirles: «No me pregunten a mí. Ustedes saben discernir entre lo que está bien y lo que está mal. ¿Qué creen ustedes que sería correcto?» Después se alegraban de que hubiéramos dejado la decisión en manos de ellos; sabían que así tenía que ser. Además, ese gesto les demostraba que los respetábamos y les teníamos confianza, algo muy importante a esa edad. - D. B. Berg Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. En compañía de mi hijo Chris, de cinco años, hice un viaje a la aldea de Sintet, en Gambia, donde un grupo de voluntarios de La Familia Internacional colabora en la construcción de una escuela. Hasta entonces había disfrutado de los emocionantes relatos de mis compañeros de misión cada vez que volvían de allí. Así que cuando me enteré de que un pequeño grupo tenía que hacer un viaje de un día y medio a la aldea, decidí no dejar pasar la oportunidad. Durante la mayor parte del trayecto no oí otra cosa que la emocionada voz de Chris: —¿Qué es eso? ¡Mira, mami! ¿Puedes tomarme una foto encima del termitero? La temporada de lluvias apenas empezaba a teñir de un verde exuberante el árido paisaje del África Occidental. El panorama que se extendía delante de nosotros era de una belleza cautivadora, una combinación de suaves colinas, arrozales, cocoteros y lagunas. Los campesinos labraban tranquilamente la tierra. Por el camino saboreamos una deliciosa comida típica y exploramos un espeso pantano lleno de grandes termiteros y gigantescos baobabs cuyos troncos eran más anchos que nuestro vehículo. Al acercarnos a Sintet por un camino de tierra bordeado de anacardos, divisamos una gran multitud reunida en torno a la escuela. Dos compañeros nuestros habían llegado antes que nosotros y ya estaban enfrascados en la tarea de dirigir la construcción. Los niños de la aldea se arremolinaron en torno a nuestro jeep y nos regalaron sus blancas sonrisas. En cuanto Chris se bajó, los chiquillos lo rodearon y lo ayudaron a aclimatarse. Los niños del lugar estaban jugando con autitos hechos de botellas de plástico recortadas, suelas de chancletas y palos. Con su ayuda, Chris enseguida se hizo uno y se puso a empujarlo por encima de hormigueros y charcos. Un montón de niñitos iba tras él. Por carecer la aldea de electricidad, la mayoría de la gente se acuesta al caer la noche. Nosotros hicimos lo propio en nuestra carpa bajo el cielo estrellado. El segundo día en Sintet fue tan entretenido como el primero. Preparé los materiales para la clase matutina que iba a dar a los niños, y mi papá me ayudó a buscar un lugar tranquilo donde impartirla, junto a un baobab. Cantamos algunas canciones y luego les conté el relato de la creación valiéndome de figuras de tela que iba colocando sobre un tablero forrado con franela. Para ellos eso era alta tecnología. Finalmente repasé con ellos algunos temas académicos. Chris se desempeñó muy bien como mi asistente. Luego los niños nos llevaron a unas praderas donde nos mostraron unos monos enormes en pleno juego y una impresionante serpiente que colgaba de una rama muy alta de un árbol. También nos convidaron a una fruta que nunca habíamos visto y que llaman tao. Tiene forma de media luna y es amarilla y roja. Para hacerse con la fruta, los niños trepaban a unos árboles grandes y sacudían las ramas más altas. Cuando estaban por empezar, uno de los niños me dijo: «Tenemos que apartarnos. La fruta nos va a caer encima». ¡Y tenía razón! Empezó a llover fruta por todas partes. Algunos de los chiquilines se quedaron con Chris y conmigo hasta el final de nuestra visita. Al principio muchos se mostraban bastante hoscos por las penurias que pasan a diario. Pero a medida que los fuimos conociendo nos dimos cuenta de que tras su aparente insensibilidad se esconde un corazón muy tierno y ávido de amor. Chris y yo les dedicamos toda la atención que pudimos. Algunos hasta empezaron a decirme mamá; era su peculiar forma de agradecer el cariño que les demostrábamos. Para mí eso fue tan gratificante como ver los progresos que se hacían en la construcción de la escuela. La visita se nos hizo cortísima. En un abrir y cerrar de ojos estábamos nuevamente en casa. Mi viaje a Sintet con Chris fue una experiencia cultural como ninguna otra que haya tenido. Lo que le dio un carácter distinto a esta visita fue que compartí la experiencia con mi hijo. Aprendimos mucho juntos y tuvimos vivencias que la mayoría de la gente apenas conoce por los libros de texto o por la televisión. Sin embargo, no hace falta viajar a una remota aldea africana para vivir una auténtica experiencia cultural ni para tender una mano a quienes padecen necesidad. Hoy en día están en todas partes. La mayoría de las ciudades modernas constituyen crisoles étnicos en los que todos tienen algo único que aportar. Lo único que hace falta para cultivar nuevas amistades es una pizca de iniciativa. Y con un poco de amor e interés se pueden amalgamar todos esos mundos. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Photo © 123rf.com ![]() Un aspecto de enseñarles a los niños la Palabra de Dios, aparte de leerles relatos y pasajes de la Biblia, consiste en ayudarles a aprenderse de memoria ciertos versículos clave. El conocimiento de las Escrituras nos permite comprender mejor al Señor y Sus caminos, y las promesas que memorizamos acrecientan nuestra fe y son una fuente de consuelo y soluciones en los momentos difíciles. Puede que le sorprendan los cambios conductuales que observará usted en los niños cuando empiece a enseñarles la Biblia y a indicarles de qué forma pueden aplicar desde pequeños los principios de la Palabra de Dios. Incúlqueles que cada vez que la leen y la ponen en práctica hacen feliz a Jesús. Cuando uno de ellos, por ejemplo, no obre con amor, recuérdele: «Jesús quiere que tengamos amor por los demás. ¿Te acuerdas de lo que dijo? “Amémonos unos a otros”». Y añada: «¿Qué puedes hacer ahora para portarte bien con tal y cual y arreglar la situación?» Cuando un chiquitín parezca preocupado o asustado, tranquilícelo diciéndole: «Dios cuida de ti, y además ya hemos rezado, así que puedes dejar el miedo. Acuérdate de que Él dijo: “No temas, porque Yo estoy contigo”». Sin duda no le faltarán oportunidades de emplear estos versículos fundamentales. A los niños les resulta fácil aprenderse versículos de memoria, sobre todo si uno se los enseña de forma divertida. ***** Apacienta Mis corderos es una colección de libritos preparada con el propósito de enseñar a niños pequeños los rudimentos de las Escrituras. También sirve como curso de memorización. Torna fácil y divertido para ellos el estudio de los principios fundamentales de la Biblia y el aprendizaje de sus textos. Los seis libritos presentan un total de 90 versículos simplificados, cada uno acompañado de una atractiva ilustración que ayuda al niño a relacionar el sentido del texto con situaciones de su vida cotidiana. Los versículos se han adaptado para ponerlos al nivel de los chiquitines, tomando como punto de partida diversas traducciones de la Biblia, aunque mayormente la versión Reina-Valera, revisión de 1960. Se ha puesto especial cuidado y oración para simplificar el vocabulario sin afectar el significado. En cada caso se consultaron también otras traducciones. Haz clic aquí para leer / descargar uno de estos libros. Para comprar el conjunto completo, haz clic aquí. María Doehler Cuando Sam y yo teníamos un solo niño, me consideraba bastante competente como madre. Tuve que adaptarme, ser flexible y ceder parte de mi independencia, pero no demasiada. No se me pasaba un detalle de la indumentaria y aspecto de Cade, nuestro hijo. Nunca llevaba ropa sucia, manchada o percudida. Cade era un niño portátil: lo llevábamos a donde fuéramos. Cuando había que hacer algo, emprendíamos tranquilamente la tarea y la llevábamos a cabo. Sabíamos que cuando tuviéramos más niños las cosas serían más cuesta arriba, pero a mí eso no me preocupaba. Ya era ducha en cuestiones de maternidad. Seguidamente llegó Brooke. Era una angelita. Solo se despertaba para gorjear y decir: «Gu, gu, gu»; después se dormía solita. Como en ese embarazo subí menos de peso, me puse en forma rapidito. Llegué a la conclusión de que si era capaz de bandearme tan bien con dos, podía hacer frente a cualquier cosa. Me estaba desempeñando de maravilla. La siguiente fue Zara. Ahí perdí toda mi pericia materna. No es que Zara fuera una niña difícil de por sí; pero de repente, lo que antes podía hacer en un santiamén, con ella me tomaba 45 minutos. No era raro que tuviera a tres niños llorando a la vez en distintas partes de la casa. Realizar cualquier actividad en familia requería la misma rigurosa planificación y ejecución que un viaje a la Luna. Se empezaban a oír comentarios del estilo de: «¡Solo mirarte ya me agota!» Para colmo, los bebés no son bebés para siempre: en menos que canta un gallo empiezan a caminar y se meten en todo. Pero aprendimos a adaptarnos a la nueva situación. Nos dimos cuenta de que no teníamos que ser perfectos, y los niños tampoco. En ese momento comprendí mejor que ser madre es mucho más que dar a luz y atender a las necesidades físicas de mis hijos. Significa vivir a través de ellos, no imponiéndoles mis ideas y sueños, sino alegrándome y enorgulleciéndome de cada uno de sus triunfos. Dondequiera que íbamos la gente nos decía: «Disfrútenlos mientras los tengan con ustedes, porque crecen en un abrir y cerrar de ojos». Esa afirmación tan cierta empezó a calar hondo en mí. Cuatro hijos. Emma es tan particular como su hermano y sus hermanas. A estas alturas, algo sencillo puede fácilmente tomar una hora. Sobra decir que todavía tenemos que planificarlo todo, pero no programamos sino una actividad al día como máximo. Tenemos mucha ropa para jugar y unas pocas prendas de vestir. En cierta ocasión Zara manchó una camisa de Cade con un marcador azul justo cuando nos aprestábamos a salir. Pensé: «Por lo menos la camisa es azul. Casi combina». Somos un circo, pero no me importa, y además es bueno hacer sonreír a la gente. Sigo aprendiendo nuevas facetas del amor, que poco a poco van cambiando algunos de los rasgos más pertinaces de mi naturaleza. Cada niño y cada día que pasa van moldeando mi carácter; pero me encanta que sea así. ¡Es entretenido ser una familia! Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Foto © www.visualphotos.com ![]() Joan Millins Llegará La otra noche, tuvimos a nuestros cinco niños acurrucados en nuestra habitación. Llegaron con sus edredones y sacos de dormir. Es asombroso ver a cinco niños y darse cuenta de que son nuestros hijos. Recuerdo cuando eran bebés, y los miro con tanto amor. Ver crecer a los hijos es una de las experiencias más gratificantes que hay en este mundo. Sin embargo, en algún momento en la vida de mis hijos me pregunté: «¿Este niño llegará a aprender a utilizar la bacinilla?» O «¿Mi hijo será un inadaptado social?» He aprendido que, a la larga, si un niño crece en el entorno adecuado, dejará de usar pañales, aprenderá a compartir sus juguetes y a hacer todo lo que los padres tienen tanta prisa por que los niños lleguen a dominar. Nunca es tiempo perdido el que se pasa dándoles amor y enseñándoles. Amado esposo… ¡Me dejas fascinada! A modo de ejemplo, hablaré de lo que ocurrió hoy. Teníamos opiniones distintas acerca de lo que sería tiempo de calidad dedicado a los niños. Siempre dije que tiempo de calidad debía ser preparar algo juntos, una nueva experiencia, o un intercambio de corazón a corazón. ¡Reconozco mi error! Hoy te vi conducir el tractor para cortar el césped. Lo hiciste durante horas con Shawn, de tres años, en tu regazo. Shawn estuvo encantadísimo con la experiencia; para él fue algo excepcional y para mí, una revelación. No hubo diálogo entre ustedes la mayoría de ese tiempo. No fue una tarea complicada; solo un padre con su hijo; y los dos disfrutaron de la compañía mutua. Eres un padre estupendo para nuestros hijos. ¡Gracias por amarlos y desvivirte por ellos! La guerra y los juguetes Duplo Reglas del juego: Encontrar un blanco y lanzarle juguetitos. Blanco: Mamá, ¿quién más podría ser? Empezó como algo inocente. Los niños necesitaban ordenar los juguetes Duplo, después de haber pasado un rato entretenido. Así pues, hicimos que la tarea fuera un juego. Tenían que lanzar las piezas desde el otro lado del cuarto para que cayeran en el balde donde se guardaban. Claro, la mayoría de las piezas cayeron fuera del balde. De broma, lancé a Tracy, mi marido, una pieza. Debería haber pensado en lo que pasaría. Empezó la guerra. Las armas fueron los juguetes Duplo, con la participación de todos los niños. A mí me lanzaban todos los proyectiles, hasta que mi hijito de tres años, todo un caballero con su reluciente armadura, llegó a defenderme. La guerra con los juguetes Duplo duró cinco minutos. Todo el piso quedó cubierto de piezas Duplo. Sin embargo, con la espontaneidad y prisa que teníamos todos de hacer algo fuera de lo corriente y que no se permitiría más de una vez, fue divertido y nos unió. Después, todos cooperamos para ordenar el cuarto. Lo dejamos impecable de inmediato. La enseñanza que me dejó aquel episodio fue que está bien suspender las reglas temporalmente, mientras no se pierda el control, y que nadie salga herido ni se ofenda. Me vino a la memoria que algunas de las experiencias que recuerdo con más cariño de mi niñez fueron las locuras que mis padres me permitieron que hiciera. Por ejemplo, cuando tenía cuatro años vivíamos en la India, y observé a la gente muy humilde que caminaba descalza por las calles y quise intentarlo. Mi mamá me explicó que la calle era sucia y hacía mucho calor, pero insistí y entonces ella me dejó hacer la prueba. Mi madre me llevó los zapatos, mientras vivía mi experiencia de caminar al estilo de la India. ¡Me sentí genial! Sabía que no me permitirían hacerlo de nuevo, así que disfruté de cada momento. Me quemé los pies. Eso no fue divertido. ¡Pero qué recuerdo me quedó! Diversión filmada
* Encuestas entretenidas. Pide a los niños que hagan preguntas a amigos y a gente de la casa sobre un tema entretenido como: «Cuándo llueve, ¿prefieres un helado de vainilla o de chocolate?» Graba las respuestas y, claro, sus caras de risa. * Diario filmado. ¿Quieres saber que han hecho tus niños? Designa un momento cada semana o cada dos semanas para que cuenten ante la cámara lo que más les haya gustado en el colegio o en el barrio. * Video instructivo. Pide a los niños que hagan un video con instrucciones para preparar un plato determinado, hacer algo artesanal, etc. Hasta es posible que tú aprendas a utilizar la computadora. * TV educativa. Los chicos mayores pueden hacer un video relacionado con algo que estudien en el colegio, como reciclaje u otras culturas. ¿Qué sucesos de actualidad interesan a tu familia? * Documental viajero. Los niños pueden grabar cintas describiendo un lugar que conozcan bien, empezando por su propia casa. Los mayores pueden hacer un recorrido por el barrio y filmarlo. La próxima vez que quieran ver un documental de viajes no hará falta arrendar un video. Prensa familiar ¿Les gustaría a los miembros de tu familia descubrir el poder de la prensa mientras desarrollan sus talentos periodísticos y artísticos? No necesitan más que papel, bolígrafos, lápices de cera o rotuladores, témperas, una grapadora y un poco de tiempo e imaginación. * Diplomas al mérito. Todo el mundo merece elogios de vez en cuando. Cada participante elige a un miembro de la familia (por ejemplo, pueden sacar los nombres de una gorra) y decide un premio para honrarlo por un logro reciente (por ejemplo, que guardó los juguetes). Luego, entregas los diplomas en una noche de premiación familiar. * ¡No te lo pierdas! ¡Lee sobre nosotros! ¿Que te parecería preparar un folleto de presentación sobre tu familia? Dobla una hoja de papel en tres partes. Pide a cada participante que prepare una parte sobre un miembro de la familia (los chiquitos que aún no sepan escribir pueden ilustrar el texto). No olvides titular el folleto con una frase concisa y con gancho. * Crea una historieta. Si tu familia tiene talentos artísticos, ¿qué te parece hacer una revista de historietas? Cada uno podría preparar una página. O bien, los niños más pequeños podrían dibujar mientras los mayores redactan el texto. Luego, engrapen la revista para que los niños compartan sus estupendas obras con los amigos. Otra opción sería que un niño dibuje con la ayuda de un programa de computación (si ya sabe hacerlo) o una pluma estilográfica. * En las noticias. ¿Tu familia está al tanto de los acontecimientos actuales en la ciudad, el país o el mundo? Pide a cada uno que escriba un párrafo o dos sobre un suceso reciente y lo ilustre con un dibujo. Doblen las páginas para darle forma de periódico y traten de leerlo en voz alta. * Revista de la familia. ¿Le gustaría a tu familia salir en una revista? Nombra a alguien director para que encargue reportajes a los periodistas. Puede ser sobre el colegio, el trabajo o unas vacaciones recientes o próximas. Al final se engrapa. Vean por qué es tan famosa su familia. * Álbum de cuadros. Esta es una tarea para los dibujantes de la familia: que se dibujen a sí mismos y a otros familiares. O bien, asignen a cada persona una tarea, como dibujar a alguien del colegio o a la familia en una cena extraordinaria. Engrapen todos los dibujos, y no olviden poner una frase explicativa al pie de cada uno. * Libro de cumpleaños. Es un gran regalo que los integrantes de tu familia pueden preparar para el cumpleaños de cada uno. Cada participante escribe y dibuja una página de una historia. Es importante que el nombre del cumpleañero aparezca al menos una vez en cada página. Preparen la portada y engrápenlo. Ya tienen un regalo personalizado para quien cumpla años. * Libro de números. Esta es una manera de ayudar a los niños más pequeños a aprender los números, y de paso añaden un libro a su colección. Dale a tu hijo diez hojas de papel. Pídele que escriba un número del uno al diez en cada página. Seguidamente, dile que dibuje una cantidad de objetos que coincida con cada cifra: un pato, dos casas, tres flores, etc. Encuaderna el libro con grapas y ponlo con los otros de la biblioteca familiar. * Boletín de vacaciones. ¿A los amigos y familiares distantes les gustaría saber cómo lo pasaron ustedes en las vacaciones? Pide a cada uno de tu familia que prepare un boletín de las actividades, viajes, juegos y otras cosas que hicieran durante la temporada. No se olviden de poner ilustraciones. |
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