Curtis Peter Van Gorder La generosidad de una madre es inmensa. Su vida entera es un obsequio de amor para su familia. Peregrinamos lejos de nuestros orígenes, y entonces algo nos tira del corazón y nos trae de vuelta a casa para redescubrir quiénes somos y de dónde venimos. Unos meses antes que mi madre pasara a mejor vida, me senté con ella y le planteé algunas preguntas sobre su vida. Si nunca has hecho algo así, te lo recomiendo. Seguramente aumentará el aprecio que ya le tienes a tu madre. Mamá me contó muchas cosas sobre su vida y sus sueños, tanto los que se habían cumplido como los que no. —¿Hay algo de lo que te arrepientes? —le pregunté—. Si pudieras volver a vivir, ¿en qué te concentrarías? Me respondió mostrándome algo que había escrito en su diario: «Si pudiera, buscaría más senderos campestres por los que caminar, haría más galletas, plantaría más bulbos en primavera, nadaría en el atardecer, caminaría bajo la lluvia, bailaría bajo las estrellas, recorrería la Gran Muralla, pasearía por playas arenosas, recogería conchas marinas y vidrios, navegaría por fi ordos de regiones septentrionales, cantaría baladas, leería más libros, borraría pensamientos sombríos, soñaría fantasías». —¿Hay algún mensaje que te gustaría transmitirles a tus hijos o a tus nietos? —fue la siguiente pregunta. Volvió a revisar su diario y volvió a encontrar la respuesta allí: «Disfrutar de la vida no es algo que puedas dejar para cuando hayas terminado de pagar el auto o conseguido una casa nueva, para cuando los hijos hayan crecido, para cuando puedas volver a la universidad, terminar esto o aquello o perder cinco kilos». Unas cuantas páginas más adelante encontró lo siguiente: «Reza por lo que deseas. A Dios le encanta contestar, pues la oración respondida afianza la fe y glorifica Su nombre». Y también este pasaje: «Disfruta de cada momento. Disfruta caminando y conversando con amigos, disfruta de las sonrisas de los niños pequeños. Goza de la deslumbrante luz de la mañana que envuelve la senda multicolor, de la vastedad de la Tierra que Dios creó, de las colinas, las aves y las flores, de las gotas de rocío que resplandecen como diamantes sobre un manzano silvestre, de todos los portentos que hizo Su mano». Articulo gentileza de la revista Conectate.
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Sara Kelly Mis tres hijas menores estaban de lo más contentas. Desde hacía una semana teníamos programada una excursión a la playa y finalmente había llegado el tan ansiado día. En el último momento le pedí a una amiga que fuera en mi lugar porque yo tenía mucho que hacer. «Al menos eso me dejará tiempo para todas esas cosas que hace rato que tengo pendientes», pensé mientras juntaba ropa para lavar y remendar y mi costurero. Unos minutos más tarde, desde la ventana, vi cómo llegaba mi amiga y se marchaba con aquellas chiquillas llenas de expectativas de un día inolvidable. Las niñas se despidieron desde el auto: —¡Chao, mami! ¡Que te diviertas! «¡¿Divertirme?! Si supieran lo que tengo programado para hoy —dije para mis adentros—. Supongo que no me vendrá mal pasar unas horas hoy a solas.» Curiosamente, sin embargo, si me pongo a limpiar o a hacer alguna tarea o diligencia cuando me correspondería estar jugando con mis hijas, por lo general rindo mucho menos de lo que esperaba. De todos modos, ésa es también la labor de una madre, ¿no? Me quedé sentada pensando en castillos de arena y niños riendo. Me imaginé a la más pequeña corriendo por la orilla mientras las mayores saltaban por encima de las olitas que venían a morir en la playa. ¡Cómo les encanta chapotear y caerse en el agua! No había transcurrido una hora y ya las extrañaba. Ansiaba el momento en que llegaran y me contaran todo lo que habían hecho. * Cuando volvieron, salí a recibirlas. —Muchas gracias por llevarlas —le dije a mi amiga—. Tenía tanto que hacer… —Ellas dicen que a ti también te gusta mucho la playa —me respondió. —Pero mamá está muy ocupada para divertirse —interrumpió la más pequeña. Luego llegó la hora de bañarse. Las tres niñas se apiñaron en la bañera, y yo me enfrasqué en las tareas de siempre: sacar ropa limpia, echar la usada en el canasto de la ropa sucia, recoger todo lo que habían dejado regado. Todo el tiempo, aquellas palabras resonaban en mis oídos: «Mamá está muy ocupaba para divertirse». —Hoy hicimos un castillo de arena gigantesco! —exclamó Kimberly—. ¡Tendrías que haberlo visto, mamá! ¡Le habrías sacado una foto! «¿Qué estoy haciendo? —me pregunté—. Todos los días mis hijas disfrutan de la vida plenamente, tal como Dios quiere, con todas sus enseñanzas y aventuras, y sobre todo divirtiéndose. ¿Cuál es mi papel en eso? ¿Qué recordarán más de mí cuando piensen en su niñez? ¿Dónde estaba yo a la hora de la diversión?» Eché mano de un pote de crema de afeitar y mientras construía un castillo de espuma de proporciones inusitadas sobre el borde de la bañera, les pregunté: —¿Qué les parece este castillo? Me miraron con ojos como platos. —¡Mamá está haciendo un desastre! —susurró Darlene a sus hermanas, que observaban atónitas. Acto seguido, procedimos a hacernos pelucas de espuma, escribimos nuestros nombres en letra cursiva en los azulejos y nos hicimos unas largas barbas blancas como la de Papá Noel. Había espuma por todos lados. Y nos turnamos sacando fotos que atesoraremos para siempre. ¿Que si nos divertimos? Nos reímos a carcajadas hasta que nos dolía el estómago. * Esa noche cenamos un poco tarde, y como de costumbre no terminé todas las tareas que había programado para aquel día. Ya no me gusta la palabra ocupada, pues he abusado de ella. Claro que no hay que descuidar los quehaceres; pero mis hijas necesitan una madre amorosa y divertida más que una habitación impecable o la ropa perfectamente doblada y remendada. Mis hijas perciben mi amor mucho más en el tiempo que paso con ellas que en lo que hago por ellas. Siempre habrá tareas que hacer, pero he tomado conciencia de cuánto necesitan y aprecian los niños un momento espontáneo de esparcimiento y unas cuantas carcajadas juntos. Yo también. Articulo gentileza de la revista Conectate. Photo Copyright (c) 123RF Stock Photos Los padres miran profundamente a los ojos de su primer hijo recién nacido y juran que jamás le harán daño ni lo decepcionarán. ¿Qué hace que los padres regañen machaconamente a sus hijos, los denigren y pierdan la paciencia con ellos? En muchos casos se debe a la excesiva familiaridad. Con el paso del tiempo llegamos a acostumbrarnos tanto a los seres a quienes más queremos que dejamos de valorarlos y tratarlos como debiéramos. El ajetreo y las vicisitudes de la vida cotidiana tienen un efecto erosionante. Así, el lustre de aquellas relaciones que una vez tuvimos por sublimes se va perdiendo. Al vernos continuamente la cara empezamos a percibir defectos e imperfecciones. Lo habitual y corriente se convierte en rutinario y tedioso. Las bendiciones que apreciábamos comienzan a pesarnos. ¿Te ha pasado algo semejante? En ese caso, es hora de revertir la tendencia. Demandará un esfuerzo de tu parte y puede que no resulte fácil, sobre todo si ese exceso de confianza en el trato es ya una costumbre arraigada, pero es posible. Aprecia más lo que tienes. Considérate afortunado. La forma más rápida y segura de devolver el brillo a una relación opacada es lustrar tu mitad. Empéñate en convertirte en la persona que te propusiste ser en un comienzo, y seguro que la otra hará lo propio sin que se lo señales directamente. * Todo el mundo tiene sus buenas cualidades. Hay características concretas de tus niños por las cuales podemos elogiarlos con prodigalidad. Si no descubrimos una enseguida, conviene mirar más detenidamente. Cuanto más difícil te resulte descubrir esa cualidad singular, probablemente mayor será la recompensa que ese niño y tú reciban cuando des con ella. Si encuentras aunque solo sea una pequeña veta en alguien y la alumbras con un poco de amor en forma de elogios, te conducirá directamente al filón principal. Tu niño se te abrirá, y hallarás que posee numerosas cualidades dignas de admiración. - Shannon Shayler * Los elogios de una sola persona tienen grandes repercusiones. - Samuel Johnson * El elogio tiene el mismo efecto en los niños que el agua en las plantas: basta con regarlas para verlas crecer. - Shannon Shayler * Los motivadores, terapeutas y sicopedagogos han descubierto que los elogios nos alientan a esforzarnos más. Esa oleada de cariño que nos envuelve al saber que hemos complacido a alguien nos incentiva a complacerlo aún más. Oír a una persona decir que nos hemos desempeñado bien nos motiva a esmerarnos más todavía. - Shannon Shayler * La mayor fuente de dicha que hay en la vida es saber que alguien nos ama, que nos ama por lo que somos, o más bien, a pesar de lo que somos. - Víctor Hugo * Amar a los demás tal como son es el mayor halago que les podemos hacer. - Shannon Shalyer Extraído del libro "Las Muchas Caras del Amor", © Aurora Productions
Victoria Olivetta Después de cuatro años y un viaje en autobús de 44 horas, por fin visité a mi hija y mi yerno y vi por primera vez a mi nieta Giovanna. De inmediato me conquistó el corazón. Es tan linda, tan inteligente, tan activa (que me disculpen otros abuelos, ¡pero mi nieta es la nena más adorable y más linda del mundo! Bueno, seguro que ustedes piensan lo mismo de sus nietos.) Pasé con ella tanto tiempo como me fue posible; quería conocerla y entenderla. Fue asombroso ver que Giovanna era y se comportaba de manera muy parecida a su madre cuando tenía la misma edad. Pero al mismo tiempo, Giovanna tenía sin duda alguna su propia personalidad y estilo. Yo había dado mucha importancia a la educación de mis hijos. Empecé a darles clase a una edad temprana. Mi hija y mi yerno han empezado a hacer con mucho entusiasmo lo mismo con Giovanna. A los veinte meses, Giovanna ya sabe leer un poquito, cuenta hasta veinte, conoce los colores básicos, empieza a reconocer las figuras geométricas y se ha aprendido varios versículos simplificados de la Biblia. Es muy inteligente, pero de todos modos irradia la inocencia de una chiquitina. Un día, mi nieta corría y jugaba un poco alborotada. Velozmente pasó de hacer un ejercicio gimnástico en la cama (cabeza y pies firmemente plantados en el colchón, el trasero hacia arriba, los brazos cruzados formando una A) a caer al piso con un ruido sordo. Se la veía sorprendida, pero no se había hecho un daño grave. Se sentó un momento. En el rostro se le reflejaba una mezcla de sorpresa, incredulidad y vergüenza. Tras recuperarse, se puso de pie. Le propuse orar por ella porque estaba segura de que aquella caída inesperada como mínimo debió de ser un poco dolorosa. Tan pronto terminó la oración, Giovanna abrió sus grandes ojos marrones y recuperó la inconfundible chispa de su carácter juguetón. Separó las manos lista para reemprender los importantes asuntos de su corta vida. Más saltos y juegos. Pocos días después, su padre tuvo que viajar a otra ciudad y ausentarse por dos días, y ella lo extrañaba. Acostumbraba pasar un rato con Giovanna a la misma hora cada día siempre que podía, y a esa hora era cuando más lo extrañaba al estar él de viaje. Un día, la madre de Giovanna le dijo que en vez de estar enojada debía orar por su papá, y rezaron juntas. De inmediato, la expresión de Giovanna se transformó. Dejó de preocuparse y extrañar a su papá, y tuvo tranquilidad y confianza; volvió a estar contenta y juguetona. Su fe sencilla me obligó a reevaluar la mía. Aunque oramos confiados en que Dios responderá (por eso oramos en primer lugar, porque esperamos alguna respuesta), no siempre oramos y de inmediato dejamos de preocuparnos por la situación porque tenemos el convencimiento de que la respuesta ya está en camino. Como Giovanna lo creía, prosiguió su vida tan feliz. La fe de un niño David Brandt Berg Viene bien ser como un niño. Es más, Jesús dijo: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mateo18:3), y «dejad a los niños venir a Mí, porque de los tales es el reino de Dios» (Marcos 10:14). Tenemos que ser como niños pequeños: cariñosos, tiernos y de fe sencilla. Los niños son una muestra de los ciudadanos del Cielo. Son como angelitos bajados de la Gloria. Sus vivencias celestiales están aún tan frescas que entienden lo que es la oración y otras cuestiones espirituales mejor que la mayoría de adultos. Hablan con Dios y Él les responde. Es así de sencillo. Lo malo con la mayoría de los adultos es que saben demasiado. Tanta instrucción los ha despojado de su fe de niños. Pero hay muchos que tienen la fe y la confianza de un niño y que a diario hacen cosas que para los incrédulos intelectuales son imposibles. Por eso, sé como un niño pequeño, ¡y tendrás unas experiencias maravillosas! Artículo gentileza de la revista Conectate. Foto © www.123rf.com Cuando nos enteramos de que alguien está haciendo una gran obra, podemos estar seguros de que esa persona tuvo una excelente formación. Quizá fue la instrucción que le dio su madre, el ejemplo de su padre, la influencia de un profesor o una experiencia intensa que vivió. En todo caso, ese elemento debe estar presente; de lo contrario no se lograría nada, por muy propicia que fuera la oportunidad.
Catherine Miles *** El Times de Londres informa: Un estudio ha revelado que los progenitores que dedican tiempo a sus hijos, aunque no sea más de cinco minutos al día, multiplican sus oportunidades de llegar a ser adultos seguros de sí mismos. Casi todos los muchachos cuyo padre les dedicó un tiempo exclusivo para conversar de sus inquietudes, tareas escolares y vida social llegaron a ser jóvenes optimistas llenos de confianza y esperanzas. El estudio, tomado de una investigación realizada por la Universidad de Oxford, seleccionó a chicos con alta autoestima, felicidad y seguridad en sí mismos, y los describió como chicos dinámicos y con aptitudes para triunfar. El estudio reveló que hay pocas diferencias entre los efectos positivos de una buena relación con el padre en una familia en que ambos progenitores viven juntos y en otra en que, pese a la ausencia del padre, este se esfuerce por dedicar tiempo a su familia. Como fuera que estuviese constituida la familia, el factor determinante era la unidad de sus integrantes. Asimismo, en las familias cuyos integrantes empleaban de forma provechosa el tiempo que pasaban juntos, los niños estaban más seguros de sí mismos. *** Oración de un padre Dame, Señor, un hijo que sea lo bastante fuerte para saber cuándo es débil, y lo bastante valiente para sobreponerse cuando tenga miedo; que se muestre orgulloso y firme ante la derrota justa, y humilde y gentil en la victoria. Dame un hijo cuyos deseos no tomen el lugar de las obras; un hijo que te conozca y que sepa que en Ti está la piedra angular del conocimiento. No te pido que lo lleves por una vía fácil y llena de comodidades, sino por la que tenga el acicate de las dificultades y los desafíos. Que aprenda a plantarse firme en la tempestad y a ser compasivo con los que fracasan. Dame un hijo que tenga el corazón limpio como el cristal y altitud de miras, y que tenga dominio de sí mismo antes de pretender dominar a otros; que avance hacia el futuro sin olvidar el pasado. Por último, te pido que una vez que tenga todas esas características, le des también bastante sentido del humor, a fin de que siempre sea un hombre serio, pero jamás se tome a sí mismo con demasiada seriedad. Te pido que le des humildad para que siempre tenga presente la verdadera grandeza de la sencillez, y que le des la mentalidad abierta de los que han adquirido verdadera sabiduría, y la debilidad que proporciona la auténtica fuerza. Entonces podré afirmar en voz baja: «No he vivido en vano». El General Douglas MacArthur *** Vivamos de tal manera que nuestros hijos lleguen a adquirir nuestras mejores virtudes y dejar atrás nuestros mayores fracasos. Transmitámosles la luz del valor y la compasión, y espíritu de búsqueda. Y brille esa luz con más viveza en nuestros hijos que en nosotros. Robert Marshall Mis hijos están en una edad en la que mirar la televisión o ver películas es una de sus actividades preferidas. El problema es que casi todo lo que quieren ver contiene actitudes, lenguaje o comportamientos que no apruebo. Además pareciera que esos aspectos negativos son justamente los que más recuerdan e imitan. ¿Cómo puedo resguardar a mis hijos de esas influencias nocivas? Son muchos los padres que hoy comparten esa preocupación. Se dan cuenta de la importancia de vigilar —y a veces restringir— lo que sus hijos ven y escuchan, y sin duda tienen pleno derecho a hacerlo. Es más, tienen la obligación moral de hacerlo. Por otra parte, es prácticamente imposible proteger a los hijos de todas las influencias negativas a las que puedan verse expuestos. Si no es por medio de la TV, las películas o los videojuegos, les llegan por medio de sus compañeros y amigos, o por otras rutas. No siempre podemos proteger a nuestros hijos de las influencias negativas, pero sí podemos ontrarrestarlas. A continuación algunos consejos al respecto: Hay que pasar tiempo con los niños para inculcarles los valores positivos que queremos que tengan el resto de su vida. En este caso en particular, dedicarles tiempo consiste en habituarte a ver programas con ellos y a conversar luego sobre lo que vieron, con el objeto de ayudarlos a extraer de la experiencia todo lo positivo que sea posible, y lo menos posible de lo negativo. Eso además te da ocasión de charlar sobre actitudes o conductas controvertidas desde la perspectiva de una tercera persona. «¿Qué te parece que debió haber hecho el personaje en esa situación?» Con el tiempo ello contribuye a que los niños se formen valores personales firmes y a la vez les enseña a escoger con más criterio lo que ven. Siempre que sea posible, es importante revisar previamente lo que van a ver, o al menos leer una reseña objetiva para estar al tanto del contenido. Así puedes asegurarte de que sea apropiado para su edad o apto para niños. También te da tiempo para reflexionar sobre las enseñanzas o la información que se puede sacar de ello. Piensa de qué forma puede resultarles beneficioso. Si no das con nada, es posible que no valga la pena que lo vean. Procura que lo que ven y la conversación posterior se ajuste a su edad. Los videos tienen una ventaja sobre la TV: puedes pausarlos para responder sus preguntas. Por eso, siempre que te sea posible graba los programas y preséntaselos después a los niños. (Así también se evitan los avisos publicitarios nocivos, los que por ejemplo presentan productos que a tu juicio no serían buenos para ellos.) En caso de que un niño pequeño vaya a asustarse o no vaya a entender ciertos pasajes, detén la película y sáltate esas partes. Los niños mayores generalmente prefieren ver toda la película y conversar después sobre ella. El debate tiene por objeto que los niños reflexionen acerca de lo que acaban de ver y lleguen a conclusiones más maduras de las que sacarían por su cuenta. Los niños aprenden mejor haciendo preguntas y razonando las cosas que cuando se les dan todas las respuestas servidas en bandeja. Además, suelen aceptar mejor la orientación que se les brinda cuando ésta les llega por conducto de respuestas a sus preguntas o como consecuencia de preguntas que tú mismo les plantees y que los lleven a reflexionar. Tienden a aceptar mejor las cosas de ese modo que cuando, según su percepción, los estamos sermoneando. Mientras ven la película también puedes tomar nota de cosas que te puedan servir de base para interactuar con tus hijos de formas entretenidas, positivas y didácticas, por ejemplo leyendo cosas interesantes sobre personajes, sitios o acontecimientos históricos, realizando actividades que aparezcan en el programa u organizando una salida relacionada con el tema. Te sorprenderá cuánto se pueden beneficiar los niños de una película o documental si tienen un poquito de orientación. Pueden aprender mucho sobre la vida y la naturaleza humana. Pueden aprender a lidiar con crisis y dificultades y a establecer lazos de empatía con otras personas. Pueden tomar conciencia de que las decisiones erróneas tienen sus consecuencias y así escarmentar en cabeza ajena. Así, pues, aunque las películas y la TV son potencialmente nocivas, en realidad pueden convertirse en un medio didáctico eficaz y estrechar los lazos familiares si se escoge bien lo que se ve. Extraído de la revista Conectate. Usado con permiso.
Para dar a los niños un buen fundamento y prepararlos para la vida es de suma importancia ayudarlos a entablar una relación personal con Dios por medio de Jesús. Conviene que aprendan que Él les tiene un cariño especial; que pase lo que pase, Él siempre estará a su lado, porque los ama. Cuando son chiquitines es muy sencillo llevarlos a aceptar a Jesús como Salvador. Y una vez que lo conocen, disfrutan más y entienden con mayor facilidad Sus Palabras. Desde pequeños, los niños pueden rezar para aceptar la salvación eterna que Dios les ofrece y abrirle a Jesús la puerta de su corazón. Difícilmente puede encontrarse a alguien más sincero y dispuesto a creer que un chiquitín. Por eso dijo Jesús que debemos hacernos como niños para ir al Cielo. Si un niño es capaz de hacer una oración sencilla, ya puede recibir a Jesús. Cuando le haya enseñado quién es Jesús (para ello es estupenda una biblia infantil ilustrada), explíquele: «Jesús quiere vivir en tu corazón. Él te quiere mucho. Quiere ser tu mejor amigo y estar siempre contigo. Si le pides que entre en tu corazón, entrará. ¡Y ya nunca te dejará! ¿Quieres que entre en tu corazón?» Seguidamente haga una pequeña oración para que el niño la repita como buenamente pueda. Aunque él sea muy pequeño y no consiga decir más que la última palabra de cada frase, es suficiente, porque para Jesús lo que cuenta es el deseo del corazón. La oración puede ser algo así como: «Jesús, entra en mi corazón. Creo en Ti y quiero amarte, así como Tú me amas. Perdona mis faltas y dame vida eterna. Amén». Y con eso, Jesús entrará en el corazón del niño, y éste será salvo para siempre. Dios lo ha prometido. A los niños más mayorcitos conviene darles una explicación más completa de lo que es la salvación. Veamos un ejemplo: «Nadie es perfecto. Todos tenemos nuestros puntos flacos, y a veces hacemos cosas que nos apartan de Dios. Pero Él nos quiere tanto que desea perdonarnos y ayudarnos a cambiar. Para ello hizo un gran milagro: pensó un plan muy sencillo para que cualquiera pudiera salvarse. Lo único que tenemos que hacer es aceptar a Jesús. Cuando Él entra en nuestra vida, aparte de ayudarnos en la Tierra, también nos da vida eterna en el Cielo. La salvación es un regalo sensacional que Dios hace a todos los que aman a Jesús y creen en Él. Dios desea que todo el mundo se salve, pero deja que cada uno escoja. Cada uno decide si acepta a Jesús y la vida eterna que Él nos ofrece». Para los padres es una experiencia maravillosa participar en el descubrimiento de Jesús y Su salvación por parte de uno de sus hijos. Extraído del libro "Apacienta Mis corderos: Guía para padres y maestros", escrito por Derek y Michelle Brookes. © Producciones Aurora J. Dias Aquel día no me podía haber sentido más deprimida. Mi marido había tenido que viajar nuevamente, y por enésima vez me había quedado sola con nuestros cuatro hijos. Andábamos mal de dinero, y mi salud flaqueaba. Una de nuestras hijas estaba pasando por una crisis de la adolescencia. Oré, ¡cuánto oré!, para que Dios me lo hiciera todo un poco más soportable. Me puse a mirar por la ventana el bosquecillo que hay frente a nuestra casa. Los árboles se mecían con la suave brisa veraniega. En ese momento observé una ardillita que subía y bajaba chillando por los troncos y las ramas. La envidié, pues parecía contenta y despreocupada. De pronto el animalito decidió cambiar de táctica. En vez de subir y bajar por los troncos, se puso a saltar de árbol en árbol. Al llegar al último del bosquecillo, se fijó en otro que quedaba un poco más lejos, separado de la arboleda. Me dio la impresión de que estaba ponderando si saltar o no. Medí mentalmente la distancia que tendría que salvar. Era como dos o tres veces lo que había estado saltando hasta entonces. Se trataba de un enorme desafío. En voz baja mascullé: -¡No me digas que estás considerando hacerlo, chiquitita! En cualquier caso el animalito no pensaba pedirme consejo. Corrió varias veces de un extremo a otro de la rama chillando frenéticamente. Luego se detuvo, estudió la distancia, se agazapó y pegó el salto. Quise apartar la vista para no ser testigo de una dolorosa tragedia. Pero no. La ardilla no solo recorrió volando tan tremenda distancia, sino que aterrizó en el otro árbol con la gracia y la satisfacción del que sabe que ha sido creado para tales proezas. Chilló victoriosa y se fue correteando hacia arriba, como si fuera en busca de su premio. Entonces me percaté de lo que me faltaba. Había estado tan preocupada con mis problemas, midiendo la distancia entre los árboles, que no me atrevía a relajarme y dar el salto. Había perdido la confianza en mi creador, salvador y mejor amigo. Levanté la vista y observé a la ardilla parloteando alegremente en la parte superior del árbol. Comprendí que el Señor había respondido a mi oración. No fue un milagro espectacular, pero las cabriolas de aquella ardillita me convencieron de que el mismo Dios que velaba por ella velaría también por mí. Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Para un niño no hay en todo el mundo nadie más hermoso que su madre. Los niños pequeños no conceptúan a su mamá según su apego a la moda, su buen gusto por las joyas, su cabello o sus uñas perfectas. Tampoco notan las estrías ni las canas. Su mentecita no advierte ninguna de esas cosas que suelen afectar la percepción y las expectativas de las personas mayores con relación a la belleza física. Por eso son en realidad mejores jueces de lo que hace verdaderamente bella a una mujer. ¿Dónde encuentran los niños la belleza? En los ojos que se enorgullecen de lo que ellos logran, en los labios que los instruyen y les infunden ánimo, en los besos que hacen soportables los pequeños dolores, en la voz tranquilizadora que los vuelve a dormir después de una pesadilla, en el amor que los envuelve en un cálido y tierno abrazo. ¿De dónde proviene esa belleza? La maternidad conlleva sacrificios, pero esos sacrificios conducen a la humildad, la humildad se adorna de gracia, y la gracia otorga verdadera belleza. Una madre que se entrega a sus hijos encarna la vida, el amor y la pureza. De esa manera llega a ser un reflejo del amor que tiene Dios por Sus hijos. Por eso estoy convencida que nada hace más bella a una mujer que la maternidad. – Saskia Smith En la mano que mece la cuna está el destino del mundo ¡Qué tarea tan importante la de una madre! Las madres de la siguiente generación son las que moldean el futuro. Puede decirse que la maternidad es la vocación más sublime del mundo. Aunque cuidar de un bebé no siempre parezca muy importante, no lo tengas en poco. Sabe Dios la influencia que puede ejercer ese niño algún día en la vida de muchas personas. Ese espíritu abnegado que lleva a las madres a sacrificar su tiempo, sus fuerzas y hasta su propia salud por el bien de sus hijos es lo que las hace maravillosas. Cualquier mujer puede tener un hijo, pero hay que ser una madre de verdad para «instruir al niño en su camino» (Proverbios 22:6). – D.B. Berg Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso.
Tradicionalmente, los chinos consideran que al momento de nacer un bebé ya tiene un año. En realidad tienen bastante razón. El nene está con vida desde antes de nacer; lo único que cambia es su entorno. Gracias a procedimientos de vanguardia en el campo de la imagenología, tales como las ecografías cuatridimensionales, podemos observar a un feto chuparse el pulgar, pestañear, bostezar, sonreír y moverse dentro del útero de su madre, lo cual no deja lugar a dudas de que se trata de un ser dotado de vida desde antes de nacer. Abi May * Imagínate que eres el rascacielos más alto del mundo, construido en nueve meses a partir de un solo ladrillo. A medida que ese ladrillo se divide, va creando los otros materiales necesarios para construir y poner en servicio el edificio: un millón de toneladas de acero, hormigón, argamasa, aislantes, tejas, madera, granito, solventes, alfombras, cables, caños y vidrio, así como todos los muebles, las instalaciones telefónicas y eléctricas, las unidades de calefacción y refrigeración, la grifería, los cuadros y las redes informáticas, con sus programas de computación. Alexander Tsiaras y Barry Werth, «El misterio de la vida: De la concepción al nacimiento» * La ciencia tiene su explicación de cómo se forma un niño. Así y todo, la primera vez que alzamos a nuestro bebé y lo miramos a los ojitos, sabemos que estamos en presencia de un milagro. Nos hallamos ante uno de los grandes misterios del universo, una vislumbre del Cielo y del poder creador de Dios. En nuestros brazos se encuentra la prueba tangible del amor que nos prodiga el Altísimo, pues nos ha escogido por padres de una nueva alma. Derek y Michelle Brookes, «Disfruta de tu bebé» * Hay un milagro que me resulta incomprensible y que se produce a diario. Un espermatozoide se une a un óvulo para formar una célula más pequeña que un gránulo de sal. Esa única célula contiene el complejo mapa genético y cada detalle del desarrollo de un ser humano: su género, el color de sus ojos y su cabello, su estatura, el tono de su piel y mucho más. En apenas cuatro días, el óvulo fertilizado llega al útero. A las tres semanas se forman los rudimentos del cerebro, la médula y el sistema nervioso, y el corazón comienza a latir. Al cabo de un mes, ya empiezan a verse los brazos, las piernas, los ojos y las orejas. El corazón ya bombea sangre a través del sistema circulatorio. Pasadas seis semanas, el cerebro —que se desarrolla a paso acelerado— comienza a controlar el movimiento de músculos y órganos. A partir de la novena semana, ese embrión en desarrollo se denomina feto, vocablo que en latín significaba cría. A los tres meses el bebé está perfectamente formado. Ya tiene uñas en los dedos de las manos y de los pies. Puede alzar las cejas, fruncir el ceño y girar la cabeza. Cumplidas 16 semanas, el bebé ya ha alcanzado poco más de un tercio del tamaño que tendrá al momento de nacer. A los cinco meses de su concepción, le crecen el pelo y las pestañas. El resto del tiempo que pasa en el vientre se va preparando para el día del alumbramiento, que generalmente se produce a las 40 semanas, aunque hoy en día los bebés que nacen con apenas 22 semanas tienen posibilidades de sobrevivir. Finalmente llega el momento de abandonar la seguridad del vientre materno y salir al mundo. Se le abre entonces a ese nuevo ser humano todo un universo de oportunidades, de dichas y sinsabores. ¿Cómo es posible que en apenas nueve meses una sola célula se convierta en un bebé completamente desarrollado? De todos modos, aunque no lo entendamos, podemos regocijarnos por el sublime don de la vida que el Creador nos ha concedido. – Abi May Extraído de la revista Conectate. Usado con permiso. |
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