![]() Ingeniería Ingéniate situaciones que te acerquen a tus hijos, como ir juntos a sitios que les gusten y hacer cosas que les resulten entretenidas. Es posible que prefieran no hacer ciertas cosas contigo por miedo a que sus amigos critiquen el hecho de que realicen actividades con sus padres. En ese caso, una solución puede ser ofrecerte de vez en cuando a llevarlos en automóvil cuando salgan con sus amigos. De esa forma, por lo menos estarás presente. Otra idea es que tus hijos inviten una noche a un grupo de amigos, incluso a quedarse a dormir. Así también tú estás ahí con ellos. Busca maneras de integrar tu vida a la de ellos. Eso puede requerir que ambas partes hagan algunos ajustes. Pero si lo intentas, Yo te indicaré formas de establecer comunicación. Una de ellas puede ser trabajar juntos en algo: construir un objeto de madera, hacer una labor de costura, preparar una comida, cuidar de un animal doméstico o arreglar el jardín. Descubre el arte de escuchar Una de las principales formas de ayudar a tus hijos es escucharlos. Aprende a escuchar de verdad. Cuando les preguntes cómo les fue en el colegio, deja lo que estés haciendo y presta atención a lo que te cuenten. Cuando te presenten problemas, no siempre tienes que dar tu opinión en el momento. En vez de emitir un juicio, tómate tiempo para meditar en el asunto, o reza para encontrar una solución. Lo principal es escuchar, prestar atención, aparte de brindar amor, ánimo y apoyo. Se les preguntó a ciertos adolescentes: «¿Cómo saben cuándo sus padres no los escuchan?» Dieron las siguientes respuestas: «No me miran», «Leen el periódico mientras les hablo», «Mi mamá continúa aspirando el piso o cocinando y me dice: “Sigue, sigue; te escucho”». Después se les preguntó: «¿Y cómo saben cuándo sus padres les están prestando atención?» La mayoría contestó: «Porque dejan lo que están haciendo cuando les hablo». Un padre descubre el secreto Veamos el testimonio de un padre que descubrió el secreto de la comunicación con su hijo adolescente: En los últimos meses he logrado grandes avances en la relación con mi hijo. La clave fue el deporte. Dedicando más o menos una hora diaria a jugar al fútbol con él lo estoy ayudando a superar una etapa difícil. Tomás es un chico bastante dinámico de catorce años. Últimamente se estaba metiendo en muchos líos. Tanto él como su hermana, que siempre habían sido buenos chicos, se estaban echando a perder. Mi esposa y yo estábamos angustiados y comprendimos que había que hacer algo. Teníamos que empezar a dedicarles más tiempo a cada uno por separado. Yo me concentré en Tomás, y mi esposa en nuestra hija de 17 años. Tomás desahogaba su enojo y su frustración poniéndose agresivo y competitivo, y era tan mal perdedor que resultaba difícil aguantarlo. En otros aspectos era irresponsable. Las tareas que le asignábamos y las cosas que empezaba las dejaba a medias. Constantemente le llamábamos la atención. Al principio, no había forma de hacerlo entrar en razón. Nos había cerrado a mi esposa y a mí la puerta de su vida. Buscamos afanosamente la llave, algo en lo que coincidiéramos y que nos sirviera de punto de partida. Tomás tenía un único interés en la vida: el fútbol. No formaba parte de ningún equipo, y yo no sabía si en realidad le convenía practicar dicho deporte más en serio, pues no conseguía llevarse bien con nadie. Finalmente, con la esperanza de lograr un acercamiento a él, decidí entrar en su mundo y jugar un rato al fútbol con él cada día. Sólo con ese poco de comunicación y participación conjunta en una actividad, fue sorprendente lo rápido que empezó a transformarse y abrirse. Al cabo de un tiempo otras personas también nos comentaron que Tomás estaba cambiando mucho y convirtiéndose en un muchacho muy extrovertido, comunicativo, seguro de sí mismo y agradable. (Francamente, yo también me siento mucho más saludable y feliz. Practicar un deporte al aire libre no sólo es bueno para que los jóvenes quemen energías acumuladas; también es una válvula de escape para las frustraciones de los padres). Es innegable que Tomás está ahora mucho mejor que cuando siempre andaba metiéndose en peleas o planeando alguna travesura, y parecía que iba camino de convertirse en un teleadicto apático o en un joven huraño enviciado con la computadora. Tomado de “Urgente, tengo un adolescente”; © Aurora Productions. Usado con permiso. Foto de ipswitch20 via Flickr.
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![]() [Nos] preguntamos: ¿Cuáles son nuestros valores como familia? ¿En qué creemos, en realidad? ¿Qué es lo que consideramos verdaderamente importante para nosotros? Coincidimos en cuatro palabras: gratitud, generosidad, humildad y valor. Decidimos que queríamos que esos cuatro valores nos definieran como familia, y para Parker (mi hijo mayor) y yo, el tipo de hombres que somos. Así es que siempre estoy consciente de cómo cultivar la gratitud. ¿Qué hago para dar ejemplo de generosidad? ¿Qué debo hacer para cultivar la humildad, vivir en un aprendizaje continuo y siempre anhelar más de Dios? ¿Y cómo hacer para vivir con valor? Uno no puede obedecer a Dios si no tiene valor. Fue por eso que Dios le dijo a Josué: «Sé fuerte y valiente», porque si quieres poner a prueba y vivir conforme a las promesas de Dios, te hará falta mucho valor. Esas cuatro palabras son palabras que empiezan a definirnos como familia. Son cosas que quiero destacarle a mis hijos. Mark Batterson * A los que aún no lo hayan hecho, les recomendamos que determinen cuáles son los valores que personalmente o como familia consideran más importantes, que definan los ideales que guían sus decisiones personales, expresan la vida cristiana y la integridad que quieren manifestar, y que consideren que les ayudarán a llevar una vida plena y llena de sentido. Hay muchas maneras de expresar la escala de valores propia. Algunas personas prefieren elaborar una lista de puntos breves y concisos. Otras redactan su declaración personal de intenciones. Algunas expresan lo que sienten que los define como persona, los aspectos de su vida y las metas que más relevantes les resultan. Todas las personas —incluso las que hasta ahora no han reflexionado conscientemente acerca de estas cosas— tienen valores o principios que influyen de manera fundamental en sus decisiones y procesos mentales, aunque solo sea de manera subconsciente, y que hasta cierto punto hacen que sean como son; es lo que guía su moralidad. Si lo piensan y oran un poco al respecto, es probable que reconozcan ciertos patrones en sus actos y sus pensamientos, factores que siempre toman en cuenta a la hora de tomar decisiones o en los que las basan. Eso puede ayudarlos a definir qué valores consideran prioritarios. A lo mejor también terminan por darse cuenta de que hay algunas cuestiones a las que no han dado suficiente prioridad, o factores que deberían tener más en cuenta, y hacen los ajustes necesarios. Si nunca han hecho algo así, es posible que la primera lista que preparen sea simplemente un borrador, porque luego con el tiempo tal vez la vayan completando y adaptando. Si seguimos la lógica de que los valores que se presentan en Mateo 22:37-40 son el núcleo de todo lo que decimos, hacemos y creemos, aquello en lo que basamos nuestras elecciones y decisiones… entonces todos los valores que se desprendan de esos dos mandamientos armonizarán entre sí. Peter Amsterdam * Jesús le dijo: «”Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Este es el primero y más grande mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.» Mateo 22:37–40 * Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Deuteronomio 6:6–7 Articulo gentileza de http://anchor.tfionline.com/es/post/valores-lecciones-de-vida-y-verdades/. Foto de Christine [cbszeto] via Flickr.
Cuando miro los rostros de mis hijos y escucho sus risas melodiosas… quiero dárselos todo. Si pudiera, les daría el mundo eterno. Luego, me despabilo y recuerdo mis propias experiencias y mi realidad. Las heridas… el dolor de un divorcio. Las consecuencias de malas decisiones que siempre se me perdonan pero que vuelven a perseguirme en esos días en que olvido quién soy en Dios. Y en ese momento en que chocan lo inocente y lo auténtico me doy cuenta de que no puedo mantener a mis hijos en una burbuja. Sufrirán heridas… tomarán malas decisiones.
Muchas cosas cambiarán a medida que crezcan, y lamentablemente es inevitable que su inocencia comience a desgastarse. Sin embargo, ¿qué es lo que no cambiará? Sus verdades. Él era y es y siempre será. Él es siempre el mismo. Siempre. El consuelo que me da esa verdad es sobrecogedor. Por eso, aunque estoy convencido de que TODOS los pasajes de las Escrituras son sagrados y proceden de Dios, hay ciertos versículos que quiero que mis hijos se hayan memorizado antes de que abandonen el nido. 1. Manténganse libres del amor al dinero, y conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: «Nunca te dejaré; jamás te abandonaré». Hebreos 13:5 2. Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien! Salmo 139:13–14 3. Ahora bien, la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Hebreos 11:1 4. ¡Sé fuerte y valiente! ¡No tengas miedo ni te desanimes! Porque el Señor tu Dios te acompañará dondequiera que vayas. Josué 1:9 5. Con amor eterno te he amado; por eso te sigo con fidelidad. Jeremías 31:3 6. La respuesta amable calma el enojo, pero la agresiva echa leña al fuego. Proverbios 15:1 7. Por lo tanto, si estás presentando tu ofrenda en el altar y allí recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí delante del altar. Ve primero y reconcíliate con tu hermano; luego vuelve y presenta tu ofrenda. Mateo 5:23–24 8. Por lo tanto, si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo! 2 Corintios 5:17 9. Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, los que han sido llamados de acuerdo con Su propósito. Romanos 8:28 10. En cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene estas cosas. Gálatas 5:22–23 —Natalie Snapp[1] Descargar versículos y capítulos ilustrados de la Biblia para los niños de todas las edades: Versículos Clave de la Biblia Apacienta Mis Corderos - Versículos simples para pre-escolares y niños pequeños. Las Bienaventuranzas El Padre Nuestro Juan 1:1-14 Hebreos 11 (extractos) Salmos para niños Dina Ellens Cuando era joven no le daba tanta importancia; pero ahora, en retrospectiva, me doy cuenta de la influencia que tuvo en mí la fe de mi padre. Todavía recuerdo con ternura estar de pie en la iglesia junto a él y la impresión que me causaba cuando, con su metro ochenta de estatura, se ponía a cantar himnos de todo corazón. Soy de familia holandesa, y las canciones favoritas de mi padre eran en su holandés natal. Cuando me independicé y me fui a probar suerte por mi cuenta, siempre me venía a la memoria una canción en particular, sobre todo cuando estaba afligida o preocupada por algo. Una traducción aproximada de la letra sería: Avanza un pequeño barco resguardado por Jesús. Lleva la insignia flameante de la cruz y va rescatando náufragos. Aunque el mar esté bravo y confuso y nos asuste la tormenta, el Hijo de Dios está en cubierta. Con Él navegamos seguros. Al oír esta canción evoco una aventura de mi infancia: Corría el año 1953, y mis padres habían decidido emigrar de Holanda a los Estados Unidos. Atravesamos el Atlántico en un viejo carguero convertido en barco de pasajeros. A mis dos hermanos y a mí nos fascinaba estar a bordo de un buque, y nos pasábamos los días explorándolo. Enseguida nos hicimos amigos de toda la tripulación. Yo apenas tenía cuatro años, pero recuerdo el olorcillo característico del barco, mezcla de aceite y alquitrán con brisa marina, y revivo la emoción y la sensación de aventura que me embargaron el día en que abordamos el carguero en Rotterdam. No teníamos ni idea de la verdadera aventura que nos esperaba. Al cabo de varios días la nave se vio envuelta en una tempestad en el Mar de los Sargazos, en medio del funesto Triángulo de las Bermudas. Las turbulentas aguas revolvieron la abundante capa de algas que da nombre a la zona, haciendo que se enredaran en las hélices del buque. De pronto, la nave se ladeó, arrojando al suelo a los pasajeros, y los muebles se volcaron. A Dios gracias, nadie de mi familia resultó lesionado; pero las hélices quedaron inservibles, y el buque a la deriva en medio de una tormenta oceánica. Mi padre nos llevó a mis hermanos y a mí al camarote y nos arropó en las literas. Ahora comprendo mejor los pensamientos que debieron de pasar por su cabeza al ver a su incipiente familia atrapada en aquellas aguas traicioneras que a tantos barcos y a tantos marineros se han tragado. En lugar de sucumbir al temor, mi padre rezó con nosotros y entonó aquel himno. Pese a que el mar embravecido zarandeaba el barco, que era de noche y que estábamos a merced de los vientos, nunca tuve miedo. A la mañana siguiente las aguas se calmaron, y la tripulación logró establecer contacto por radio con el puerto más cercano. Poco después divisamos con júbilo un remolcador negro, macizo, que venía en dirección a nosotros. Arrastró nuestro malogrado carguero hasta el puerto de Newport News (Virginia), donde permaneció dos semanas en un dique seco mientras le practicaban reparaciones. En mi mente de niña de cuatro años quedaron grabados algunos instantes de aquella peripecia, como por ejemplo la sacudida repentina del buque que me hizo perder el equilibrio, caer rodando y quedar bajo unos muebles, y muy particularmente la sensación de seguridad que me transmitió mi padre cuando rezó y cantó en un tono tranquilizador. Mi papá nos inculcó fe con su ejemplo de confianza en Dios por muy negras que fueran las circunstancias. Siempre que me he sentido abrumada y acorralada por las dificultades, como si fueran las olas de un tempestuoso mar, he entonado esa cancioncilla. Me anima y me recuerda la fe de mi padre en lo más azaroso de la tormenta. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
![]() La Navidad tiene por objeto el amor. Tiene por finalidad la alegría, la generosidad, la risa, el reencuentro de parientes y amigos en medio de luces y adornos multicolores. Pero ante todo la Navidad tiene por objeto el amor. No quedé convencida de ello hasta que un alumno vivaracho, algo travieso, candoroso y de sonrosadas mejillas me hizo un regalo maravilloso cierto año por esas fechas. Mark era un huérfano de 11 años que vivía con una tía de mediana edad, amargada por tener que haberse hecho cargo del hijo de su hermana cuando ésta murió. Constantemente le recordaba al pequeño Mark que de no haber sido por la generosidad de ella, él habría terminado abandonado en la calle. Pero a pesar de la frialdad y las continuas regañinas, era un chiquillo encantador y servicial. No había reparado en Mark de manera especial hasta que empezó a quedarse todos los días al terminar la clase (a riesgo de enojar a su tía, según descubrí más tarde) para ayudarme a limpiar y poner en orden el aula. Lo hacíamos tranquilamente y sin hablar mucho, pero disfrutando de la soledad de aquella hora del día. Las pocas veces que conversábamos, Mark me hablaba más que nada de su madre. Aunque era bastante pequeño cuando ella falleció, la recordaba como una señora muy tierna y cariñosa que pasaba mucho tiempo con él. Cuando faltaba poco para Navidad, Mark dejó de quedarse después de clase. Siempre esperaba con ilusión su llegada, y cuando vi que pasaban los días y seguía marchándose tan frescamente al final de la jornada, le pregunté una tardé por qué no me ayudaba como antes. Le dije que lo extrañaba, y se le iluminaron sus grises ojazos mientras me preguntó: —¿De verdad? Le expliqué que había sido mi mejor ayudante. —Es que le estoy preparando una sorpresa —susurró en todo confidencial para Navidad. Se ruborizó y salió disparado. No volvió a quedarse más después de clase. Por fin llegó el último día de escuela antes de las vacaciones navideñas. Hacia el final de la tarde, Mark entró sigilosamente en el aula. Traía algo oculto a sus espaldas. —Le traigo su regalo —dijo con voz tímida cuando alcé la vista—. Espero que le guste. Alargó las manos hacia mí, y en sus pequeñas palmas sostenía un cofrecito de madera. —Es precioso, Mark. ¿Tiene algo dentro? —le pregunté mientras lo abría para mirar su interior. —Lo que guarda es invisible —repuso en voz baja—; tampoco se puede tocar, probar ni sentir. Pero mi madre siempre decía que es algo que te hace siempre feliz, te arropa cuando hace frío y te protege cuando estás solo. Observando el interior del cofre, le pregunté: —¿Y qué es eso que me hará tan feliz, Mark? —Amor —respondió bajito—. Mamá siempre decía que lo mejor es regalarlo. Y dando media vuelta, salió del aula en silencio. Desde entonces tengo un cofrecito de madera sobre el piano de la sala de estar y me limito a sonreír cuando las visitas ponen cara de asombro cuando les explico que contiene amor. Pues sí, la Navidad es tiempo de alegría, de cantares y de buenos regalos. Pero ante todo es un tiempo de amar. - Laurie. Gentileza de www.anchor.tfionline.com
![]() Josie Clark Era Nochebuena, y andaba correteando con mi hija de diez años por las calles de Morelia, en México. Habíamos salido a hacer unas compras de último momento. En los semáforos se agolpaban los mendigos. -¡Mira esa señora! -me dijo Caty, llamándome la atención sobre una anciana que estaba pasando frío y había dejado momentáneamente de mendigar para frotarse los pies descalzos. -Es una abuela -pensé en voz alta- y en vez de estar en casa con su familia, está aquí descalza bregando por reunir un poco de dinero para una cena de Navidad. Entonces se me ocurrió una idea. -Caty, vamos a casa a buscarle un poco de comida. Me imaginé que no estaría mucho tiempo más en el semáforo, pues ya oscurecía. Nos apresuramos por llegar a casa, buscamos un par de bolsas que aguantaran bastante peso y comenzamos a llenarlas de provisiones que sacamos de la alacena y la nevera. Arroz, frijoles, jalapeños secos, un frasco de salsa mexicana, tortillas de maíz, pollo cocinado. Teníamos tanta abundancia que no costó mucho llenar las bolsas. Una barra de pan, mermelada, tocino. Cerré las bolsas haciendo unos lazos con unas cintas y partimos hacia el sitio donde estaba la señora. Al principio pensamos que nos habíamos demorado demasiado y que se había ido; pero después la vimos caminando penosamente por la calle envuelta en su chal, quizá rumbo a su casa. -Hola -le dijo Caty-. La vimos en el semáforo y le trajimos algo para la cena. ¡Ojalá que usted y su familia puedan sentir el amor de Dios esta Navidad! La mujer nos miró, y le rodaron lágrimas por las mejillas. Tomó a Caty de las manos y se las besó. -Gracias, gracias. Que Dios te bendiga. Eres hermosa. Eres un ángel de Navidad. Tomó las bolsas y siguió caminando. Nuestra Nochebuena fue animada y alegre, como de costumbre. Por la mañana Caty abrió sus regalos. Cuando le pregunté si estaba pasando una linda Navidad, me respondió: -¿Sabes, mamá? El mejor regalo de esta Navidad fue ver tan feliz a la señora de anoche y que me besara las manos. Creo que lo mejor de la Navidad es lo que damos a los demás. Gentileza de la revista Conéctate. Usado con permiso.
Evelyn Petersen, reimpresión de un artículo sacado de la Internet
Se acerca la Navidad, y con ella el frenesí de las compras y el incesante «quiero, quiero» de los niños en las tiendas. Eso es lo que motiva esta carta. Padres, por lo que más quieran, si desean hacer algo especial para sus hijos este año, ayúdenles a aprender a dar en vez de recibir. Muchos de los niños de la actualidad no conocen lo que es dar. Debemos tomarnos el tiempo para impartir ese valor familiar. Los niños que son solo receptores de regalos de Navidad, no tienen idea del verdadero sentido de la ocasión. Además, desconocen por completo la alegría que se obtiene al dar a otra persona un regalo con sentido. Debemos dejar de hacer hincapié en lo que vamos a dar a los niños y dedicar algo de tiempo a enseñarles a dar a los demás. Si ayudas a tus hijos a hacer regalos sencillos, harás que conozcan los sentimientos duraderos de satisfacción y autoestima, los cuales resultarán mucho más gratificadores que cualquier juguete. El tiempo que pases con ellos —unas pocas horas cada fin de semana—, bien valdrá la pena en cuanto a las cosas que el dinero no puede comprar, como valores familiares, comunicación y tradiciones. Este es el momento para comenzar a planear los regalos que confeccionarán tus hijos. Reúne a tus hijos este fin de semana —puedes llamarlo el Club de la Navidad— para hacer una lista de las personas para las que quieren hacer regalos, y planeen lo que van a hacer. Reserva unas cuantas horas de los fines de semana siguientes para hacer los regalos. Haz regalos sencillos. Las habilidades artísticas de los niños son limitadas, y los padres no cuentan con mucho tiempo para reunir materiales y ofrecer asistencia. No esperes; comienza ahora. Cuanto más se acerque la Navidad, más difícil te resultará hacer tiempo para esto, que es una entretenida actividad familiar, no una tarea. Regalos sencillos que pueden hacer los niños de 2 a 5 años:
Otras cosas que pueden hacer los niños de 5 a 7 años:
![]() Nota para el padre o profesor: El siguiente es un plan de clase de 20 a 30 minutos de duración, que enseña el tema del agradecimiento y cómo dejar de quejarse y refunfuñar. Es ideal para niños de 1 a 6 años. * Debatir: Charlen de lo poco agradable que es estar cerca de alguien que siempre se queja. Comparen las quejas con un calcetín apestoso, u otra cosa que al niño le resulte desagradable. Pongan de relieve la clase de actitudes que hacen que la gente disfrute de su compañía. Video: «Mirar el lado positivo». Tema de conversación: Aunque a veces es fácil enfatizar lo que sale mal, la felicidad viene cuando uno se concentra en lo positivo. Leer o memorizar una de las rimas de «Gratitud: Paginas para pintar». También se puede descargar y pintar las paginas. Leer «Piedritas de luz: Muchas razones para estar contentos.» Completen la tarea de «acción» al final del artículo. Memorizar 1 Tesalonicenses 5:18 (RVR1960): «¡Dad gracias en todo!» Leer «Poema: Mi rayito de sol». Encontrarán el libro para colorear correspondiente aquí. Video: «Video: El poder de una sonrisa». Actividad opcional: De una hoja de cartulina, recorten un círculo grande que represente el sol. En el centro del círculo escriban: «Cómo encontrar el lado positivo» y hagan una lista de las cosas que puede hacer el niño cuando está desanimado. Hagan una agujero en la parte superior del círculo, pásenle un hilo, y cuélguenlo en un lugar visible. Adaptado de un plan de clase de My Wonder Studio. Imagen gentileza de Grant Cochrane, www.freedigitalphotos.net
Tomado de Grow Up Reading
El desarrollo en los bebés desde que nacen hasta los veinticuatro meses es espectacular. Al nacer recurre al llanto como principal medio de comunicación con el mundo. A medida que crecen, los niños se sirven de gestos, expresiones vocales y faciales, exclamaciones, balbuceos y finalmente palabras. Que el niño tenga facilidad para expresarse contribuirá a que de mayor lea y escriba bien. Los padres pueden contribuir a que los niños lean y aprendan exitosamente fomentando desde el nacimiento la facilidad para la lectura. Lenguaje oral: Los bebés aprenden a hablar por etapas. Durante los primeros cuatro meses captan más que nada lo que se les dice. Durante los cuatro meses siguientes, empiezan a articular e imitar sonidos. A los ocho meses, el niño reacciona al oír su nombre, distingue las emociones por el tono de la voz, al oír sonidos responde con otros sonidos y utiliza la voz para expresar alegría y disgusto. A los doce meses, pone más atención al habla y responde cuando se le dice de forma sencilla que haga algo. Empieza a valerse de gestos sencillos como agitar la mano para decir adiós o negar con la cabeza. Balbucea con entonación y emplea exclamaciones como «ajó», y tal vez diga unas cuantas palabras como «mamá» y sílabas como «ta-ta». Generalmente, los niños de un año articulan seis o siete palabras (aunque muchos no hablan nada, mientras que otros llegan a pronunciar cincuenta) y comprenden casi setenta palabras. Por lo general hay un retraso de cinco meses entre las palabras que el niño entiende y su habilidad para decirlas. Entre los 12 y los 18 meses, su vocabulario aumenta sin prisa pero sin pausa. El vocabulario de la mayoría de los niños se dispara cuando puede decir unas cuarenta palabras. A los dos años de edad, por lo general, aprenden el significado de unas ocho palabras al día. Mientras más le hablen los padres y le lean al niño, más rápidamente se desarrollará su vocabulario. Según los expertos en aprendizaje a edad temprana, la capacidad de expresarse aumenta con más rapidez en los niños cuyos padres hacen más aportes positivos que negativos. Reconocimiento de los fonemas: Reconocer fonemas —las unidades mínimas de sonido con que se forman las palabras— es la base para aprender a hablar y a leer. Los bebés tienen mucha capacidad para distinguir diferencias entre sonidos. Por eso tienen tanta facilidad para aprender idiomas en sus primeros años de vida. Reconocen fonemas y aprenden a distinguir los sonidos que constituyen el habla al comunicarse con sus padres y las personas que los cuidan. Al hablar y leer todos los días al bebé, se contribuye a mejorar su percepción de los sonidos. Estimule el balbuceo del niño, pues eso contribuye a que aprenda el idioma. Aproximadamente a los dos meses, empieza a hablar en voz baja y articula sonidos vocales como «aaa» y «uuu». A los cinco meses, empieza a practicar sonidos consonantes (los más comunes son b, d, y, m, n, g). Cuando tiene un año de edad, ya combina sonidos vocales y consonantes para articular palabras. Comprensión: Entender es fundamental en la lectura. La comprensión se refuerza en los años siguientes. Sin embargo, cuando el niño mayorcito sea capaz de ver las fotos o dibujos y el texto a fin de entender el significado del relato, es importante que también le explique lo que ocurre en esos libros que le lee en voz alta. Jim Trelease dice en The Read-Aloud Handbook que entender lo que se oye también estimula la comprensión de la lectura. A medida que su hijo oye lo que le lee, señálele pistas sobre el relato tomadas de los dibujos. O relacione un dibujo o foto con algo en la vida del niño. Este método contribuye a que el niño se esfuerce al máximo por pensar y lo ayuda a entender más. Un empresario Estadounidense se encontraba en México, en el muelle de un pueblecito costero. En ese momento atracó un bote en el que venía remando un pescador. En el interior de la embarcación había varios ejemplares de gran tamaño de atún de aleta amarilla. El forastero elogió al mexicano por la calidad de su pescado. Seguidamente le preguntó cuánto tiempo le había tomado pescarlos.
—Un ratito, señor —repuso el pescador. El estadounidense le preguntó por qué no se había quedado más tiempo para capturar una cantidad mayor. El pescador respondió que con aquel lo le bastaba para ganarse el sustento y atender a las necesidades inmediatas de su familia. El visitante continuó preguntando: —Y ¿qué hace el resto del tiempo? —Verá usted, señor —contestó el pescador—: Me levanto tarde. Voy a pescar un rato y después paso un tiempo jugando con mis hijos. Luego duermo la siesta con mi esposa María y en la noche salgo a pasear al pueblo, a tomar un poco de vino y tocar la guitarra con mis amigos. Como verá usted, estoy muy ocupado todo el día, señor. El gringo añadió con tono burlón: —Yo podría ayudarlo. Soy graduado de la Universidad de Harvard en administración de empresas. Si usted dedicara más tiempo a la pesca, con las ganancias podría comprar una embarcación más grande. Al aumentar sus ingresos y contar con un barco de mayor calado, podría comprar varias embarcaciones. Con el tiempo llegaría a tener una flota de barcos pesqueros. En vez de vender a un intermediario, lo haría directamente a una empresa conservera, y al final llegaría a ser dueño de una fábrica de productos enlatados. Usted tendría en sus manos el envasado y la distribución del producto. Entonces tendría que mudarse de este pueblito costero a la ciudad de México, luego a Los Ángeles y, a la larga, a Nueva York. Desde allí dirigiría su empresa en expansión. —Pero dígame una cosa, señor, ¿cuánto tiempo llevaría todo eso? —Quince o veinte años. —Y después, ¿qué haría yo? El estadounidense se rió antes de responder: —Esa es la mejor parte. En el momento idóneo, vendería las acciones de su compañía y se haría rico. Ganaría millones de dólares. —¿Dice usted millones, señor? Y luego ¿qué? —Se retiraría de los negocios y se mudaría a un pueblito costero donde podría dormir hasta tarde, pescar un poco, jugar con sus nietos, dormir la siesta con su esposa María y pasear por las noches en el pueblo, donde tomaría vino y tocaría la guitarra con sus amigos. - Anónimo |
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